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MI MUJER
ES UNA ACTRIZ
(Ma Femme Est Une Actrice)
Francia,
2000 |
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Dirigida y protagonizada por Yvan Attal, con Charlotte Gainsbourg, Terence
Stamp, Noémie Lvovsky, Laurent Bateau, Keith Allen.
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Las comedias autorreflexivas, en las que actores o directores se meten a
pensar sobre los gajes de su oficio, pueden ser peligrosas. Como fiestas
íntimas en las que los espectadores corren el riesgo de quedar descolocados
y, por ende, fuera de la diversión. Afortunadamente, a la fiesta de Yvan
Attal, guionista, director y protagonista de Mi mujer es una actriz,
están todos invitados. En ella cuenta cómo un periodista deportivo tiene que
sobrellevar el peso de la fama de su mujer Charlotte (Charlotte Gainsbourg,
vista en Jane Eyre y Besos para todos, y esposa en la vida
real de Attal), una actriz de gran reputación.Celoso hasta la médula,
Yvan (el propio Attal) se conflictúa cuando su mujer parte para Inglaterra
para filmar una película con un galán maduro con fama de rompecorazones
(Terence Stamp). A partir de ese momento, marido y esposa entran en una
crisis que los hará descubrir cosas dentro de cada uno y en el otro que ni
sospechaban que existían. La atracción por personas ajenas a sus antiguos
círculos y la necesidad de descubrir y experimentar aspectos de la vida a
los que antes no se acercaban –por pudor o prejuicios– los hará repensar su
rutina de pareja.
En una ópera prima con reminiscencias de Woody Allen y Billy Wilder, en
la que se combina la neurosis con la sutileza y las frases con doble
sentido, Attal se permite ironizar sobre su profesión y el ambiente en que
trabaja, mostrando con humor las manías de directores e intérpretes, las
preguntas tontas y repetitivas de los críticos y la excesiva fascinación de
la "gente común" (obnubilada por el artificio que Attal no cesa de destacar)
hacia las estrellas del Olimpo, que se quejan de, pero al mismo tiempo
fomentan, su fama.
La simpatía del elenco ayuda, y mucho, a integrar al espectador a esta
fiesta. Gainsbourg y Attal derrochan simpatía y Stamp compone su papel de
taquito. Se nota que la pasaron bien, que no hubo roces, y eso se refleja en
la pantalla. Al fin y al cabo, como afirmó el mismo Attal, el film es un
mensaje y una declaración de amor a Charlotte Gainsbourg, quien enamora al
director, a la cámara y finalmente a la platea.
Llena de diálogos desopilantes, bien construidos y muy afilados por
momentos, en los que se mezclan de manera precisa el sexo, el machismo y el
judaísmo, Mi mujer es una actriz redondea un entretenimiento liviano,
que no habrá de trascender pero tampoco ha de enojar a nadie. Ni siquiera a
algún crítico.
Rodrigo Seijas
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