Ya es un tópico
asociar el verano a la iniciación sexual de los adolescentes. Aunque en este
caso la variación reside en que se trata de dos chicas, ya algo creciditas y
con cierta experiencia. En un mínimo pueblito inglés, la rica, intelectual y
mundana Tamsin seduce muy fácilmente a la pobre Mona, a quien la vida –y
particularmente los hombres– no han tratado bien. Si bien parece rústica y
explosiva, Mona posee una delicada sensibilidad que Tamsin advierte
inmediatamente y sabe apreciar en todo su valor, poniendo a su disposición
un mundo nuevo de intelectualismo y sofisticación, una puerta por la cual
Mona podría escapar de un futuro sórdido. Pero la de Mona no es la única
conversión. En paralelo, su hermano Phil, dueño del pub del lugar, quien
fuera pendenciero y convicto, vive una iluminación espiritual y deviene
líder de un grupo religioso.
El film empieza
como una historia erótica y va transformándose en un thriller, tensando la
cuerda con invasivos primeros planos y una música suspensiva, que
preanuncian la catástrofe. Durante esa tensión in crescendo es
inevitable el recuerdo de finales tremendos como los de La ceremonia,
Criaturas celestiales, Las vírgenes suicidas o La vida
soñada de los ángeles, todas películas con las cuales la actual tiene
puntos de relación.
Es una lástima que
Mi verano de amor carezca de una elemental sutileza para estructurar
la historia: resultan muy gruesos los paralelos y oposiciones rotundas entre
bien y mal, redención y condena, intelectualismo y pragmatismo, franqueza y
mentira... para no hablar de privilegiados y desplazados, relación
metafórica que carga con su correspondiente significación política, ya que
Mona parece por momentos un juguete de verano manipulado por las manos de
una aburrida Tamsin. Uno de los puntos más altos del film, en cambio, lo
constituyen las actuaciones de la debutante y laureada Nathalie Press como
una Mona que evoluciona desde el sometimiento y la ignorancia hasta la toma
de conciencia, y que emprende el combate para encontrar su propia manera de
enfrentar el mundo; y por otra parte el ya conocido y también premiado Paddy
Considine quien, como Phil, transmite su conflicto interior, atormentado por
las pulsiones que se fuerza por reprimir, y por momentos su proceso resulta
más interesante que el romance de su hermana.
Los films sobre
lesbianismo suelen caer en el lugar común del esteticismo, tributo a Venus
que Mi verano de amor no elude, con una seductora fotografía bucólica
de Ryszard Lenczewski (como el director, ambos son artistas polacos
radicados en Inglaterra), quien además de presentar un esmerado trabajo con
la luz y el color elige detenerse en las imágenes soleadas de la campiña, de
los arroyos y las colinas sublimando a través del lirismo, como una manera
de presentar una
situación homosexual sin agotarla. Se
evita así
profundizar una relación erótica en lo que tiene de más íntimo: el sexo.
Josefina Sartora
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