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MI VIDA SIN MI
(My Life Without Me)

España-Canadá, 2003


Dirigida por Isabel Coixet, con Sarah Polley, Amanda Plummer, Scott Speedman, Leonor Watling, Deborah Harry, Mark Ruffalo.



Parece increíble, pero Mi vida sin mí, la película filmada en Canadá por la directora española Isabel Coixet, tiene un punto de contacto con "Los Simpson". Si recuerdan el capítulo en el que Homero come el pez globo y le anuncian que le quedan pocas horas de vida, recordarán que el “amarillo” de Springfield confecciona una lista de las cosas que le gustaría hacer antes del final o, parafraseando a cierto film con Andy García, de sus asuntos pendientes antes de morir.

Es exactamente lo que hace Ann (la chica Egoyan Sarah Polley) cuando le anuncian que tiene un cáncer terminal y que le quedan dos, a lo sumo tres meses de vida. Ella titula a su lista “Diez cosas para hacer antes de morir”, y se dispone a morir con la mayor dignidad posible. Pero hay algo que puede contrariar a los espectadores: la protagonista decide no contar nada de su enfermedad a sus seres queridos: madre, esposo, hijas, compañeras de trabajo. ¿Egoísmo? ¿Grandeza (la de sobrellevar la cruz sin molestar a nadie)? Es bien que la película no exhiba o induzca una opinión al respecto; estará en nosotros resolver el enigma en la medida en que avance la proyección.

Si la decisión de Ann es polémica, las que tomó Isabel Coixet no lo son en absoluto. Eligió un camino sin golpes bajos y optó por contar una historia sobre la muerte desde el deseo de sentirse más viva que nunca de la protagonista: entre las diez cosas de su lista, por ejemplo, se pregunta cómo será hacer el amor con otro hombre, ya que con el único que lo hizo es con su marido, del que quedó embarazada a los 17. Con sutileza, la película habla de aprender a vivir, aun cuando se está a punto de morir.

Mi vida sin mí también tiene puntos de contacto con Mi vida (Bruce Joel Rubin, 1993), en la que un padre a punto de morir grababa, a modo de legado, una serie de videos destinados a su hijo que estaba por nacer. Aquí Ann (clase obrera, obvio) deja unos casetes de audio con mensajes para los futuros cumpleaños de sus dos pequeñas. Pero mientras aquel film con Michael Keaton acumulaba lugares comunes, golpes bajos y metáforas groseras (recuerdo una escena muy patética en una montaña rusa), este de Coixet está contado desde la más deliciosa naturalidad. Y sin “metáforas redentoras” de ninguna índole.

El productor de esta película es un tal Pedro Almodóvar, y su mano se nota (o su sombra se proyecta) en cuestiones como la exquisita banda sonora que incluye joyitas como “Senza Fine”, de Gino Paoli, y “Qué emoción”. Ah, también en una remera que usa Don (Scott Speedman), el marido de Ann, y que dice “España” en letras grandes.

Por el lado del elenco, Sarah Polley demuestra una sobriedad extrema, que le permite esquivar los histrionismos facilistas. Otro que está muy bien (en uno de sus típicos papeles conflictuados) es Mark Ruffalo como Lee, el topógrafo que se enamora de Ann. Y por allí aparecen Debbie Harry, la legendaria cantante de Blondie, como la madre de la protagonista, y Alfred Molina en el rol del padre convicto que tiene un breve y emotivo reencuentro con su hija.

Dato para cinéfilos: dos veteranas de Tiempos violentos, María de Medeiros y Amanda Plummer, tienen a su cargo los únicos roles caricaturescos de Mi vida sin mí. Claro que estas caricaturas de seres humanos (Medeiros como una peluquera fanática de ese dúo que hacía playback llamado Milli Vanilli; Plummer como una enferma por las dietas) sirven para reflejar la moraleja final: cómo nos rodeamos de cosas insignificantes y ridículas… mientras nos olvidamos de vivir. Hay cierto absurdo, y desde luego gracia, en la contraposición de los dramas que viven los personajes. En este sentido, la secuencia en el supermercado es por lejos la mejor de la película.

Si Mi vida sin mí no termina de ser redonda es porque Coixet no resignó la tentación de detenerse demasiado en el después de Ann. Lo que la llevó a cerrar el paquete con un moño muy vistoso, pero también forzado, como el que viene de la mano del romance entre… bueno, mejor no cuento más.

Aquí tenemos, pues, una película que presenta varios momentos de interés, que esquiva las recargas dramáticas y que parece haber sido escrita –y realizada– con mucha paz… y con una cámara inquieta que opera como bienvenida intrusa en los momentos más íntimos.

Coixet filmó la muerte, o a partir de la muerte, pero logró su cometido: hablar de la vida.

Mauricio Faliero      

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