El nuevo cine argentino ya
tiene su película coral. Y siguiendo con la metáfora musical, se trata de
una coral en tono menor. Diversas escenas con distintos protagonistas se van
sucediendo ante nuestros ojos, en un discurrir fluido, que pasa de una a
otra. Historias mínimas, cotidianas: una mujer a punto de separarse del
padre de su hijita, una chica del interior que llega a vivir a su casa y
trabaja como empleada doméstica, sus empleadores, varios artesanos en una
plaza, dos amantes de los tatuajes, una pareja que no puede tener hijos, un
ceramista, una veterinaria, un chef. El director Diego Lerman trabaja la
figura del cruce al extremo: la cámara se desliza de uno a otro en el mismo
plano, siguiendo los encuentros, desencuentros y cruces que se producen en
sus caminos. Una puerta por la que sale alguien da paso a otro personaje.
Pero a diferencia de los films de Robert Altman –el gran maestro de este
género–, este film no busca enlazar todas las historias ni armar la gran red
para llegar al gran final. Lo que le interesa a Lerman es lograr la
captación del momento, de ese mientras tanto en el que todos vivimos;
lograr la plasmación de un instante insustancial aunque irrepetible, la
descripción exacta de ese tiempo menor, que tal vez antecede a alguna toma
de decisión. Un gesto que se repite, una postura corporal, una búsqueda,
unen a esos personajes que tienen y no tienen algo en común. El mismo
director ha elegido la palabra collage para describir su film, y es
acertada. Un collage de estampas mínimas, que por momentos evoca también al
cine de Martín Rejtman.
Lerman
consigue en esas pinturas de situaciones cotidianas dar con el tono
adecuado, un tono menor, decía, ajustado, casi impersonal, tan lejos de lo
trágico como de lo heroico, y en varias ocasiones cercano al patetismo.
Puede molestar sin embargo cierta dosis de miserabilismo, y una mirada
cínica hacia algunos personajes demasiado subrayados, como los patrones de
clase alta, o el ciego aprovechador. Para conseguir semejante efecto era
imprescindible un elenco ajustado, y el de Mientras tanto cumple la
premisa, con algunas actrices ya vistas en Tan de repente. Si bien se
destaca Valeria Bertuccelli en una más de sus actuaciones perfectas, es muy
bueno el trabajo de su coprotagonista María Merlino. Las acompañan Beatriz
Thibaudin, Marilú Marini, Luis Herrera, Tatiana Saphir, Luis Ziembrowsky.
Este es
un año en que el cine argentino abunda en estrenos muy decepcionantes:
hay nuevos directores
con films fallidos, y Fantasma (Lisandro Alonso), El camino de San
Diego (Carlos Sorín) y Nacido y criado (Pablo Trapero), por poner
tres ejemplos, no están a la altura de las películas previas de sus
respectivos directores. En este panorama, el segundo largometraje de Lerman –si bien
no tiene la frescura, la espontaneidad ni la sorpresa de Tan de repente–
consolida la trayectoria de su realizador, y constituye uno de los estrenos
más interesantes. Ya esperamos su próximo, que quizá se llame Después de
todo.
Josefina Sartora
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