La cruza del policial con la ciencia ficción le había dado a Jim
Caviezel la oportunidad de destacarse en una buena película, Desafío
al tiempo. Su melancólico rostro y otras dotes para despertar la
emoción fueron explotados nuevamente en Cadena de favores, que
dejó una sospecha latente: a las órdenes de un mal director, este
intérprete interesante tiende a sobreactuar y queda muy mal parado. Mirada
de ángel –otro pastiche de géneros– viene a confirmarlo. Su
vagabundo da la impresión de estar siempre al borde del vómito.
Pero esta cinta es en realidad un vehículo para el lucimiento de
Jennifer López, y esto produce un profundo misterio, ya que –partiendo
de la base de que lo único que ha logrado lucir hasta ahora es su cuerpo–
la protagonista se pasea delante de la cámara con un asexuado traje de
vigilante y las escenas románticas están filmadas con ángulos bastante
cerrados, que escamotean a la platea masculina lo que esperaba ver de
Jennifer en la pantalla.
Ahora vayamos a la historia. Sharon Pogue (López) es una policía de
Chicago con problemas familiares. Resulta que su padre acostumbraba
golpear a su madre hasta que la nena se cansó y lo puso bajo arresto,
cosa que toda la familia –incluida la madre (una señora que alguna vez
fue Sonia Braga)– encontró completamente impropia. Por lo que la pobre
Sharon sufre mucho, tratando de superar su culpa y convencerse de que la
rechazan por hacer lo correcto. Para agregar metafísica y romance al
drama-policial, aparece el extraño Catch (Caviezel), quien se empeña en
vigilar de cerca a la mujer policía, hasta que debe intervenir para
salvarla de un criminal a punto de fusilarla. Ahí se inicia el romance.
¿Dónde está la metafísica? En los pequeños detalles: Catch
deja siempre las puertas abiertas, se comunica con más dificultad que un indio
hollywoodense, entabla una particular relación a base de miradas con
un chico que vive al lado de su departamento (que está prácticamente
desmantelado) y padece la herida interna de algo que le sucedió un año
atrás (sinceramente no recuerdo si la película informa explícitamente
lo que le pasó o la trama es tan obvia que se sabe de cualquier modo).
Poco a poco las subtramas se van conectando en la cabeza del espectador,
y cuando el director decide desplegarlas ya es demasiado tarde para que
nadie se sorprenda. Con la intriga anticipadamente dilucidada, el romance
y el drama se adueñan del relato mientras el tedio hace lo propio con la
platea.
Entre tanta escena previsible, queda lugar para la habitual sonrisa
burlona: a plena luz del día, los protagonistas se olvidan por un momento
de la pesada carga moral que los aqueja para bañarse en el lago de un
parque público y hacer el amor sobre el césped. Eso sí, filmados con
ángulos mucho más cerrados que los de los peatones del parque.
Ramiro Villani
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