Cabe preguntarse por qué el cine de los 90 insiste con adaptaciones de obras literarias
que ya han sido previamente y casi siempre mejor versionadas para la pantalla. Especialmente en casos como este, en que el
realizador danés Bille August, por cuenta y orden de la productora norteamericana
Mandalay, vuelve a pasar revista a "Los miserables", la novela más perdurable
del francés Victor Hugo. La respuesta hay que buscarla en ese puñado de grandes y
pequeñas superstars que hicieron de este un proyecto comercial viable. Dos
"oscarizados" encabezan el elenco: Liam Neeson (La lista de Schindler)
como Jean Valjean y Geoffrey Rush (Shine) como Javert.
Valjean, el perseguido, cayó en
desgracia por robar un pan: 19 años de penurias en los campos de trabajos forzados.
Cuando sale libre, y tras robarle a un cura pueblerino (al que informa de su propia
historia como si estuviese leyendo en voz alta las páginas de la novela), es nuevamente
capturado. Pero el clérigo lo absuelve dice que él le regalo la mercancía y esto marca un punto de inflexión. En adelante Valjean será la
criatura más honrada, pura y desprendida del Universo. Trocará su nombre por Lafitte
para rehacer su vida como un empresario próspero (lo más parecido a los
capitalistas-santos que ponderaba Bernardo Neustadt), y más tarde como alcalde de
provincias. Javert, el perseguidor, es un policía rígido y moralista. Cuando descubre
que Lafitte es Valjean, se empeña en llevarlo nuevamente tras las rejas. Se desata una
persecución por diferentes puntos de la geografía que consumirá 3 décadas... y jamás
reflejará el aspecto fresco, milagrosamente joven de la dupla.
Hasta aquí todo transcurre
desganadamente, como si August hubiera trabajado a su pesar, sin intenciones de
disimularlo. La generosidad extrema de Valjean (que no está fundada en la virtud
cristiana ni en ninguna otra convicción palpable) le abre sus puertas a una prostituta
enferma, Fantine (Uma Thurman), quien no cesa de toser con patetismo telenovelístico.
Muerta ella, Valjean se encargará de criar a su pequeña hija. Cuando este llega a la
capital francesa, los guardias vociferan "¡Esto es París!" a los cuatro
vientos, como si el film estuviera destinado a espectadores bobos, o distraídos.
Una virtual superpoblación de
planos subraya dos, hasta tres veces el mismo gesto desde diferentes ángulos, cuando uno
solo, bien tomado, suele bastar para dar cuenta de las emociones íntimas de los
personajes. En postrera, fatigante etapa se recrean las alternativas de la revolución
parisina de 1932. Lo que da pie para que Cossette (ahora la bella Claire Danes) se enamore
del joven líder de los insurrectos. Pobres insurrectos. So pretexto de
"favorecerlos" el film los pinta como niños bienintencionados, pero tontos, en
cuyo seno Javert a esta
altura jefe de la policía
se infiltra con insólita facilidad.
Guillermo Ravaschino
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