Tom Cruise es un tipo ambicioso. Ultimamente ha sabido transitar una carrera
cimentada en proyectos arriesgados en su temática o concepción, con
directores de renombre. Ojos bien cerrados, Minority Report,
Colateral, Guerra de los mundos lo certifican en distintos
niveles. Son films no sólo producidos por Cruise, sino también con una
fuerte intervención –autoral se diría– de la estrella. A El último
samurai, incluso, casi se puede decir que lo dirigió él.
Las dos primeras Misión: Imposible cumplían también con esta premisa.
Ambas tenían al frente a directores –Brian De Palma y John Woo– con obras
polémicas pero atendibles tras de sí, fuertemente autorales, capaces de
construir universos propios y fácilmente identificables. Pero aun así, la
marca Cruise era sólida y notoria en esos films. Y el era el jefe: elegía a
los directores y a buena parte de los elencos, intervenía en la redacción de
los guiones, decidía aspectos claves de la producción.
Con Misión: Imposible 3 sucede lo mismo. Paramount tuvo que ceder a
los caprichos de Tom, quien fue descartando y cambiando directores –David
Fincher, Joe Carnahan– y actores –Carrie Anne Moss, Scarlett Johansson,
Kennett Branagh– como si fuesen figuritas. Los nombres y apellidos que
quedaron sugieren que las idas y vueltas tuvieron su justificación: J.J.
Abrams (creador de las series “Felicity”, “Alias” y “Lost”) en la dirección
y Ving Rhames, Jonathan Rhys Meyers, Maggie Q, Billy Crudup, Keri Russell,
Larry Fishburne y Philip Seymour Hoffman en el elenco. Secundando a Cruise,
of course.
El problema es que no valió mucho la pena. Y la culpa la tiene, vaya
paradoja, la ambición del film. Ambición anticipada por declaraciones del
propio director –también guionista– Abrams, que afirmaba buscar un mayor
desarrollo de los personajes con respecto a las dos anteriores entregas. Eso
puede percibirse claramente en una trama que sitúa al agente Ethan Hunt
(Cruise) a punto de casarse, retirado de la actividad de campo, pero
obligado a volver a las andadas a partir del surgimiento de un traficante de
armas (Hoffman, el villano) que no tuvo empacho en asesinar a una de las
discípulas favoritas de Hunt, y que amenaza con destruir los sueños
familiares del muchacho. Cualquier evocación de la vida actual de Cruise,
que está formando una familia con Katie Holmes, no es pura coincidencia.
El film contiene todos los elementos que uno esperaría: escenas de acción
espectaculares, acrobacias diversas, un grupo de expertos en misiones
insólitas manejando gadgets más allá de nuestra imaginación… pero el
resto falla. Si Misión: Imposible 2 partía del puro interés por
convertirse en un gran entretenimiento (para a partir de allí hilvanar capas
que alternaban entre la comedia y el drama, con referencias al Hitchcock de
Tuyo es mi corazón e Intriga internacional), la película que
nos ocupa sigue el camino inverso. Y tropieza, porque las tribulaciones de
Hunt sólo captan la atención del espectador al principio (con una escena
inicial muy bien construida, que anticipa elementos y deja flotando
incógnitas), para luego disolverse en una torpe apología de la institución
familiar. Además, los secundarios –incluído el malo, que gracias a
las dotes de Hoffman consigue hacerse temer sin dejar de causar cierta
simpatía– pierden espacio frente al protagonismo omnipresente de Cruise. Por
último, forzada, discursivamente, el film de Abrams-Cruise aspira a
convertirse en un thriller político, con referencias a la situación actual
en Estados Unidos y el papel de las agencias de inteligencia y las fuerzas
armadas frente al terrorismo. ¿Para qué, con qué objeto?
Por si las moscas, o como si supiera de su pretensiosidad, Misión:
imposible 3 procura compensarlo todo con una catarata inmensa de acción.
Y se pasa rosca. Las secuencias están muy bien filmadas, son impactantes,
combinan acertadamente el realismo con la inverosimilitud, Cruise pone el
cuerpo como nunca (lo golpean, salta, vuela por el aire, mata como tres mil
villanos). Pero cansan. No hay un clímax como Dios manda (o más bien, falla
en su tempo) y, cuando asoma el final, todo el asunto se va
deshilachando. Hasta se nota que ciertas escenas tuvieron que ser recortadas
para esquivar el riesgo de saturar a la platea.
Cuando acaba el film, uno no puede dejar de sentir que la vuelta de tuerca
se adivinaba a gran distancia; que se esperaba más de un tipo como Abrams en
su primera incursión en el cine; que a Tom quizá lo afectó demasiado el
haberse convertido en padre, el casamiento, la Cientología…
Bueno, dicen que entre sus próximos proyectos está The Few, con
dirección de Michael Mann. Las esperanzas se renuevan...
Rodrigo Seijas
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