La momia que dirigió Stephen Sommers en 1999 fue una gratísima
sorpresa: una película inteligente, que funcionaba a las mil maravillas
como relato terrorífico, apoyada en un guión que sacaba partido de la
psicología del espectador como muy pocas superproducciones. Un film de
aventuras también, que combinaba ambas vertientes genéricas con la
suficiente sabiduría como para que ninguna de ellas obturase a la otra.
No todas eran rosas, sin embargo. Ahí estaba Brendan Fraser con sus
mejores –peores–
caras de monigote nutriendo el costado aniñado, desechable, del producto.
La momia regresa llega dos años
después con algunas caras conocidas. Stephen Sommers vuelve a estar
detrás de cámara. Fraser y Rachel Weisz vuelven a ser los alegres
profanadores de tumbas y pirámides, ahora con un hijo a cuestas,
resultado del amor que floreció en el film anterior.
Ya sobre el comienzo, cuando se nos
ubica en Tebas durante el año 3067 de la era precristiana, empiezan a
notarse las diferencias. Los efectos especiales, que habían sido
espectaculares en el film del '99, ya no están subordinados a la trama,
sino que ganan la pantalla con alarmante autonomía. Esto recién empieza
(y es muy largo, 130 minutos). Antes de finalizar, los efectos habrán
dejado de ser autónomos para tornarse abusivos, francamente intolerables,
y no sólo por su profusión sino por sus agujeros: el rey Escorpión, sin
ir más lejos, es un muñeco de videogame animado con torpeza.
Pero vamos, si ninguna película
merece recordarse sólo por los efectos especiales, ninguna
debería ser condenada apenas por dicha causa. Lo que importa, sí, es que
no hay uno solo de los nobles rasgos de La momia que perviva en su
secuela. La inteligencia del guión, la psicología profunda, los buenos
chistes (que además eran sutiles) se han ido para no volver.
La anécdota pendula entre la
Antigüedad y 1933, entre Egipto y Londres, y no ofrece una momia sino
varias, amén de un puñado de dioses y muchos ingredientes de mitología
barata. Los malos quieren despertar a un monstruo; los buenos, dormirlos a
todos para siempre. La cantidad de acertijos por develar, jeroglíficos
por descifrar, frases y conjuros por pronunciar es directamente
proporcional a lo pavote de la trama, que los acumula sin ton ni
son. Y si del terror mejor no hablar, poco queda de las aventuras: con o
sin armas estrambóticas en mano, los héroes resultan tan invulnerables
en las batallas (y tan seguros en sus pronósticos), que no hay peligros
ni amenazas ciertas que uno pueda palpitar.
Espero haber dejado en claro que La
momia regresa no es apta para adultos. También deberían esquivarla
todos los chicos que hayan dejado atrás la escuela primaria con dos o
tres buenas películas en su memoria.
Guillermo Ravaschino
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