A esta película de Luis Ortega la habíamos visto y criticado
en festivales: Josefina Sartora la abordó en Bafici, Guillermo Ravaschino
unos meses más tarde, en Pantalla Pinamar; ambos del 2005. Ahora, que
Monobloc se estrena con casi dos años de retraso, les ofrecemos
nuevamente, y en el mismo orden, lo que ellos dijeron del film.
Dijo Josefina Sartora:
Otra propuesta audaz, si
bien no del todo lograda. Presenta un mundo cerrado de tres mujeres –madre,
hija y madrina– en el que cada una depende obsesivamente de otra. Ortega (y
su guionista y actriz, Carolina Fal) crean un film de registro absolutamente
teatral, dejando de lado cualquier naturalismo. Cielos naranjas, decorados
como telones, y una interpretación hierática que genera un distanciamiento
brechtiano de –en este caso– difícil digestión. Como en Caja negra,
cuyo estreno celebramos en su momento, los cuerpos cobran un valor
preponderante, con el agregado de la enfermedad, el dolor y una sexualidad
mecánica. Una obra con muchas limitaciones, de difícil acceso, que se niega
a las explicaciones, y de la cual puede decirse que no llega a constituir un
film. Sí tenemos que saludar el sorprendentemente digno retorno de
Evangelina Salazar.
Dijo Guillermo Ravaschino:
En
dos departamentos de un monobloc espectral (nadie más parece poblarlo), tres
mujeres, más que vivir, parecen esperar la muerte. Pero viven. La soledad,
la alienación, la prostitución y el desempleo son temas que se filtran, que
están ahí. Pero lo están muy sutilmente, o indirectamente, aunque por
momentos parezcan ocupar el primer plano. Es que el segundo largometraje de
Luis Ortega está impregnado de un clima muy intenso que lo atraviesa de
principio a fin. Una intensidad opresiva, agobiada y agobiante, en la que
confluyen minuciosos trabajos de escenografía, fotografía y sonido. El
permanente rumor de una tormenta en ciernes, o de un avión lejano, o el eco
aun más distante de cierta bomba atómica (o todas esas cosas a la vez) son
el sustrato audible de la acción. Un afuera en tonos rojos ominosos,
de un hervor revuelto y surrealista (suerte de mezcla del Infierno con la
nebulosa Solaris de la película homónima), acaso explique en parte el
aislamiento de las protagonistas. Carolina Fal, Graciela Borges y Rita
Cortese también lucen espectrales, terminales. Un film que pega, y
eso ya lo justifica. También vale preguntarse si el mentado clima, en más de
un momento, no está por encima del relato.
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