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MR. BROOKS

Estados Unidos, 2007


Dirigida por Bruce Evans, con Kevin Costner, Demi Moore, William Hurt, Dane Cook, Danielle Panabaker, Marg Helgenberger.



El señor Earl Brooks (Kevin Costner) es un empresario y filántropo reconocido por su comunidad. Tiene una casa fastuosa y una familia maravillosa, o al menos así se la ve en la superficie (en esta película la superficie siempre brilla y es transparente): una mujer bella y una hija adolescente típicamente rebelde. Mr. Brooks tiene dinero, fama y poder. Pero también tiene un "amigo", Marshall (William Hurt), que se le aparece cada dos por tres, y que sólo él ve, que lo incita a regresar a ciertos gustos personales que no son tan civilizados. Y esos deseos adictivos son los problemáticos, porque a este atildado señor le apasiona matar. Matar por matar. Lo viene haciendo desde hace tiempo y jamás fue siquiera sospechado de nada. Hasta tiene su nombre publicitario: algo así como "el asesino de las huellas digitales".

Claro que en este momento en que lo encontramos nosotros las cosas cambiarán, pues de otro modo no habría película. El señor Brooks regresa al asesinato pero parece que busca ser descubierto porque comete una serie de errores que lo ponen en una situación nueva. Un fotógrafo aficionado (Dane Cook) lo chantajeará para que lo lleve con él a sus raids asesinos, y una detective (Demi Moore), que está enfrentando un divorcio muy particular –ella es millonaria y su ex, un bon vivant, le pide una suma considerable– mientras otro asesino que ha llevado a la cárcel escapa y la persigue, le seguirá los pasos desde demasiado cerca.

La película empieza atrapando ya que nos mete de lleno en la acción y sobre todo porque en su desarrollo no se permite ofrecer fáciles explicaciones psicológicas para armar a los personajes o justificar lo que vemos, pero a la par se va (de)construyendo como un atentando contra si misma. Entre las subtramas –a veces muy laterales– que asoman y ciertas inverosimilitudes, la misma búsqueda de clasicismo se le vuelve en contra y las vueltas de tuerca del guión acabarán agotándose en si mismas.

Mr. Brooks mezcla El club de la pelea con El silencio de los inocentes, pero las citas se notan menos como homenaje que como robo liso y llano, o al menos, si somos menos tajantes, como necesidad de recostarse en viejos conocidos. El personaje de Marshall –como una especie de conciencia maligna y desdoblada del protagonista– roza el ridículo (y nada tienen que ver con esto las actuaciones, que son más que creíbles); y ni siquiera se lo encuadra nunca para generar la posibilidad en el espectador de creerlo un ser vivo más allá de la imaginación de Brooks. Por lo que la supuesta dualidad Jeckyll/Hyde se diluye rápidamente y es apenas una referencia culta pero poco funcional. Y la relación criminal-policía, que se genera un poco sobre el final y rápidamente, no alcanza más que para dejar abierta la puerta para una nueva aventura (si ésta consigue el éxito requerido), y jamás se la siente profunda e inquietante.

Un punto a favor de Mr. Brooks es que una estrella, que además es un buen actor, como Costner, elija participar en este proyecto haciéndose cargo de semejante personaje que no resulta un dechado de virtudes ni mucho menos, y que el guión tiene el buen tino de sostener hasta el final sin concesiones ni salvatajes forzados. Pero para eso también hay que soportar ideas biologicistas del tipo que "el mal es hereditario", "que se transmite por la sangre", ideas que rondan en la trama muy peligrosamente. O el regreso a las pantallas de Demi Moore, que si nunca demostró sus dotes actorales, ahora nos obliga a pensar definitivamente cómo fue que llegó a convertirse en una del star system.

Mr. Brooks quiere pasar por inteligente pero sólo consigue ser ingeniosa (y de a ratos), apuesta a la efectividad y derrocha efectismo, quiere parecerse a Hitchcok –algunas escenas así lo gritan a los cuatro vientos– y pierde en la comparativa. Solo viene a demostrar nuevamente la obsesión que la sociedad norteamericana tiene con los serial killers. Por algo será, pero en este caso eso es tema de terapia y no de crítica cinematográfica.

Javier Luzi      


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