Frank Oz, el director de Muerte en un funeral, es un inglés que ha
trabajado asiduamente en televisión y cine con Los Muppets y Plaza Sésamo
como titiritero, consultor creativo, guionista, productor y haciendo la voz
de muchos de los personajes. También dirigió varios largometrajes, entre los
que podemos destacar La tiendita del horror (1986), ¿Qué tal, Bob?
(1991) y Bowfinger (1999). De las tres películas mencionadas, la
primera, remake de una de Roger Corman, es la que más se acerca a la que nos
convoca hoy, ya que ambas cultivan el humor negro, aunque el musical sobre
una planta carnívora que no cesaba de pedirle carne humana al pobre vendedor
de un vivero se destaque por sobre su compañera más reciente.
Muerte en un funeral
comienza con un error cuando un cadáver equivocado es entregado para un
servicio funerario y debe ser cambiado de inmediato. Pronto una serie de
equívocos comienzan a sucederse con mayor o menor fortuna para una película
despareja que mezcla gags y momentos logrados con chistes que, si bien dan
en el blanco, son de un nivel dudoso.
Daniel es el hijo del muerto y bajo la sombra de su hermano Robert, un
escritor de éxito, debe encargarse del discurso de despedida de su padre. Y
su autoestima decrece a cada momento. Los familiares y amigos van
apareciendo pero, como en toda comedia de enredos, solo logran generar cada
vez más caos y confusión. Un enano termina de ponerle el moño al asunto
cuando amenaza con contar un vergonzoso secreto sobre el difunto y pide
dinero a los hijos con tal de no revelarlo.
La
película busca hacer equilibrio entre la seriedad de algunos personajes
(Daniel es el caso más extremo) y su confrontación con el absurdo al que
deben exponerse. Y no siempre logra hacer pie. Despareja aunque aconsejable
para pasar “un buen momento”, Muerte en un funeral se agradece en la
cartelera ya que arranca, por suerte, unas cuantas carcajadas genuinas y
saludables, lo que no es poco en una época de escasez de buenas comedias.
Sergio Zadunaisky
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