La novela El mundo de Sofía, del noruego Jostein Gaarder, ha vendido
millones de ejemplares en todo el mundo, y ese éxito de ventas impulsó la
realización de esta película dirigida por Erik Gustavson (El
telegrafista) y una miniserie para la TV. Pero lo que pretende ser una
introducción a la filosofía para aquellos que entran a la adolescencia
resulta una mescolanza de banalidades sobre la historia de Europa que no
tiene perdón.
Poco antes de cumplir 15 años, la inquieta Sofía (debutante Silje
Storstein) recibe dos sobres anónimos con preguntas trascendentales:
¿Quién eres tú? ¿De dónde viene el mundo? Esos interrogantes que han
movido el pensamiento de millones de seres humanos la llevan a realizar un
viaje mágico de la mano de su maestro Alberto, un personaje que aparece
misteriosamente en los momentos claves de la historia. Así, en un remedo de
Alicia en el país de las maravillas o de Divina comedia –porque
el film no se anda con pequeñeces–, Sofía asiste a la muerte de
Sócrates, ve a Gutenberg junto a su imprenta, escucha las conclusiones de
Copérnico, presencia los ensayos que dirige Shakespeare, recibe las
reflexiones de Kierkegaard. El problema es que, tal vez porque es imposible
recorrer 2500 años de la historia occidental en cien minutos, o porque la
profundidad de los autores no daba para más, el resultado es de una
frivolidad sin atenuantes. Si alguien piensa ir (o llevar a sus hijos) a
darse un baño de cultura, no se asombre si sale apenas húmedo de la sala.
Paralelamente, la historia ensaya una tesis sobre la metaficción y el
deseo de los personajes literarios que ansían tener identidad y vida
independientes de la mente de sus autores (hay algunas semejanzas con The
Matrix a partir de aquí). Como film fantástico que es, El mundo de
Sofía utiliza efectos especiales que podrán interesar a quienes aman
el rubro, aunque ninguno resulta original. Por cierto que estos, más la
recreación de las diversas épocas que atraviesan Sofía y su acompañante
(Tomas von Brömssen pasea la misma cara de asombro por veinticinco siglos
de historia), convirtieron a esta película en la más cara de la
cinematografía noruega.
En los títulos de presentación se va armando un puzzle,
anunciando lo que vamos a ver. Lo que no se anuncia es que nos asomamos a
una vidriera de cambalache, con citas (no se puede hablar de homenajes) a
Ingmar Bergman, Giovanni Battista Piranesi, Sergei Eisenstein, Lewis Carroll
y Gabriel García Márquez, por nombrar algunos. ¡Pero varias de esas citas
son erróneas! Ahí está, entre tantos, el vulgarísimo lugar común de
hacer recitar a Hamlet el célebre monólogo del acto tercero portando en su
mano la calavera del quinto acto. Pero así es como este film concibe a la
cultura. Como un combo de comida rápida: picada, precocida y
machucada.