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EL MUNDO NO BASTA
(The World Is Not Enough)

Estados Unidos, 1999


Dirigida por Michael Apted, con Pierce Brosnan, Denise Richards, Sophie Marceau, Judi Dench, John Cleese, Desmond Llewelyn.



No soy experto en Bond aunque tuve mi época bondmaníaca. Vivir y dejar morir es de 1973... ¡qué espanto! Ocho años tenía. No me imagino lo que me sucedería hoy de sentarme nuevamente a verla. Si fuera más viejo, acaso me habría tocado disfrutar aun más con el personaje de Sean Connery (al que descubrí mucho después... cuando se me había pasado el fanatismo). Pero mi devoción por Roger Moore era igual o mayor que la que experimentaba por Bond. Decididamente en El santo, la teleserie que mejor recuerdo, y algo menos en Dos tipos audaces, seguramente porque el arquetipo yanqui de Tony Curtis ensuciaba a esa interesante forma del ser inglés, no muy distante de 007, que representaba Moore.

Me resisto a enumerar las claves del estilo de vida Bond, concepto que acabo de mamar de una de esas instituciones que, si no fuera por Internet, jamás llegarían a nuestros ojos: la página de la "Asociación para evocar y preservar el estilo de vida de James Bond". Me resisto porque tengo miedo de saltearme alguna. A ver: suavidad, elegancia, "mundo", sofisticación. Licencia para matar. Cierto sarcasmo. Flema. Nervios de acero. Todas esas armas y una llamativa facilidad para conquistar mujeres (otra página, algo más ramplonamente, se refiere al héroe como "Kiss, Kiss, Bang, Bang"). Yo creía que Moore ofrecía todo esto y, si me apuran, creo que me conformo con recordarlo así. ¿Y Brosnan?

Pierce Brosnan es el presente. Mi presente –¡lo recuerdo perfectamente!– pero también el del mundo. Dicen que a Brosnan cada vez le sale mejor, y va por su tercer Bond. A mí no me cierra y no sé muy bien por qué. ¿Será por su fragilidad o su frialdad? Lo que prima, en todo caso, es un peso que ni Connery, Moore y Brosnan juntos (por no mencionar a Timothy Dalton) podrían levantar: la creciente pereza, virtualmente insuperable ya, con que las superproducciones se abocan a reeditar viejas glorias del pasado. Y El mundo no basta dista de ser la excepción.

Como era de esperar, la anécdota pasea a Bond por varios países. Llega a orillas del mar Caspio para constituirse en una suerte de guardaespaldas de lujo de Elektra King (Sophie Marceau, muy titubeante), cuyo padre, un petrolero multimillonario, acaba de ser asesinado. Ya no me gusta nada: Bond no será de izquierdas (sí moderadamente conservador), ¿pero baby-sitter de una niña bien? Para más datos, el magnate muerto era amigo de M (Judi Dench), la jefa de 007, con lo que el servicio secreto británico parece haber llevado las "relaciones carnales" con la gran empresa más lejos que cierta republiqueta latinoamericana... Y no me digan que es un dato de la realidad –que debe serlo– ya que la de Bond no es precisamente una saga realista. No había ninguna necesidad.

Robert Carlyle (The Full Monty) se hace cargo del supervillano de turno, Renard, un hombre que tiene los días contados por causa de una bala alojada en su cerebro. Renard no siente dolor y está colmado de resentimiento. No sé si es que Carlyle está bien o que me alegré del sólo hecho de que el malo no recayera en Gary Oldman, John Malcovich o Willem Dafoe como sucede casi siempre. La nueva "chica Bond" se llama Denise Richards y compone a la doctora Christmas (sí: ¡Navidad!), un personaje que parece salido de una serie de TV para púberes-adolescentes.

La pereza abarca, en este caso, la peor variante del rigor. El mundo no basta utiliza casi todos los ingredientes legendarios de la saga: el superauto (ya un aviso de BMW absolutamente desembozado), las superarmas, los vodka-tinis batidos (la variación más fiera del martini, dicho sea de paso, exactamente opuesta a la que Luis Buñuel recomendara en El discreto encanto de la burguesía), la frase "Bond, James Bond". Pero han sido torpe, frívolamente amontonados, como si la producción –no digo el director– se hubiese limitado a cubrir los ítems de un formulario. La cadavérica presencia de Desmond Llewelyn, quien venía interpretando al agente Q durante los últimos mil años (y murió poco después de esta filmación), en este contexto resulta casi de humor negro. El personaje de John Cleese (agente R), en cambio, hace reír con buenas mañas. Pero es tan breve...

Lo más triste es lo esencial: la inconsistencia general, las rutinas industriales en la letra grande y chica de la trama, su carácter marcadamente aniñado (es un hecho que estas producciones persiguen un target cada vez más infantil, lo que incluye una música "de acción" idéntica a la de los Power Rangers) dan por tierra con el estilo Bond que referíamos al comienzo.

Eso sí: la secuencia de los créditos está perfecta.

Guillermo Ravaschino