Me resisto a enumerar las claves del estilo de
vida Bond, concepto que acabo de mamar de una de esas instituciones que, si no fuera
por Internet, jamás llegarían a nuestros ojos: la página de la "Asociación para
evocar y preservar el estilo de vida de James Bond". Me resisto porque tengo miedo de
saltearme alguna. A ver: suavidad, elegancia, "mundo", sofisticación. Licencia
para matar. Cierto sarcasmo. Flema. Nervios de acero. Todas esas armas y una llamativa
facilidad para conquistar mujeres (otra página, algo más ramplonamente, se refiere al
héroe como "Kiss, Kiss, Bang, Bang"). Yo creía que Moore ofrecía todo esto y,
si me apuran, creo que me conformo con recordarlo así. ¿Y Brosnan?
Pierce Brosnan es el presente. Mi presente ¡lo recuerdo perfectamente!
pero también el del mundo. Dicen que a Brosnan cada vez le sale mejor, y va por su tercer
Bond. A mí no me cierra y no sé muy bien por qué. ¿Será por su fragilidad o su
frialdad? Lo que prima, en todo caso, es un peso que ni Connery, Moore y Brosnan juntos
(por no mencionar a Timothy Dalton) podrían levantar: la creciente pereza, virtualmente
insuperable ya, con que las superproducciones se abocan a reeditar viejas glorias del
pasado. Y El mundo no basta dista de ser la excepción.
Como era de esperar, la anécdota pasea a Bond por varios países. Llega a orillas del
mar Caspio para constituirse en una suerte de guardaespaldas de lujo de Elektra King
(Sophie Marceau, muy titubeante), cuyo padre, un petrolero multimillonario, acaba de ser
asesinado. Ya no me gusta nada: Bond no será de izquierdas (sí moderadamente
conservador), ¿pero baby-sitter de una niña bien? Para más datos, el magnate muerto era
amigo de M (Judi Dench), la jefa de 007, con lo que el servicio secreto británico parece
haber llevado las "relaciones carnales" con la gran empresa más lejos que
cierta republiqueta latinoamericana... Y no me digan que es un dato de la realidad
que debe serlo ya que la de Bond no es precisamente una saga realista.
No había ninguna necesidad.
Robert Carlyle (The Full Monty) se hace cargo del supervillano de turno, Renard,
un hombre que tiene los días contados por causa de una bala alojada en su cerebro. Renard
no siente dolor y está colmado de resentimiento. No sé si es que Carlyle está bien o
que me alegré del sólo hecho de que el malo no recayera en Gary Oldman, John Malcovich o
Willem Dafoe como sucede casi siempre. La nueva "chica Bond" se llama Denise
Richards y compone a la doctora Christmas (sí: ¡Navidad!), un personaje que parece
salido de una serie de TV para púberes-adolescentes.
La pereza abarca, en este caso, la peor variante del rigor. El mundo no basta
utiliza casi todos los ingredientes legendarios de la saga: el superauto (ya un aviso de
BMW absolutamente desembozado), las superarmas, los vodka-tinis batidos (la variación
más fiera del martini, dicho sea de paso, exactamente opuesta a la que Luis Buñuel
recomendara en El discreto encanto de la burguesía), la frase "Bond, James
Bond". Pero han sido torpe, frívolamente amontonados, como si la producción
no digo el director se hubiese limitado a cubrir los ítems de un formulario.
La cadavérica presencia de Desmond Llewelyn, quien venía interpretando al agente Q
durante los últimos mil años (y murió poco después de esta filmación), en este
contexto resulta casi de humor negro. El personaje de John Cleese (agente R), en cambio,
hace reír con buenas mañas. Pero es tan breve...
Lo más triste es lo esencial: la inconsistencia general, las rutinas industriales en
la letra grande y chica de la trama, su carácter marcadamente aniñado (es un hecho que
estas producciones persiguen un target cada vez más infantil, lo que incluye una
música "de acción" idéntica a la de los Power Rangers) dan por tierra con el estilo
Bond que referíamos al comienzo.