Hace más de un año que Federico demora la conclusión de su libro, y hace
muchos más –aunque no sabemos cuántos– que sostiene una relación acaso
desgastada, aparentemente desapasionada, con Cecilia (también cincuentona e
intelectual, aunque de otro rubro: la escritura de obras de teatro).
Dije "acaso" y "aparentemente" porque no queda del todo claro si esto es así
también para el director, o si Rafael Filipelli considera que esa letanía (y
esa competencia, y ese resentimiento, que también campean entre los
personajes) no es más que una variante de la relación de pareja "natural",
esperable, o hasta incluso inevitable, que dos intelectuales de clase media
acomodada pueden sostener luego de ciertos años. ¿Faltó definición sobre
este punto? No necesariamente, porque el propio film, ya como un todo, se
parece a una ventana por la que nos asomamos justamente a una letanía, la de
ese hombre, Federico, que no resuelve o no concluye su obra (aquel libro),
pero tampoco otras cuestiones esenciales de su vida.
Este largometraje, que
le ha valido a Filipelli el premio a Mejor Director en Bafici 2007 (lo
compartió con Raúl Perrone), exprime su bajo
presupuesto en unos pocos interiores y unos cuantos exteriores, mayormente
nocturnos y a menudo acunados por suaves melodías clásicas que, amén de
ambientar, hacen eco a las reflexiones que también sobre la música
desgrana Federico. Y las reflexiones son todo un tema, porque casi todos los
temas del film pasan por las reflexiones; pero no sólo por las de Federico
sobre la música sino por las que él mismo, como también Cecilia, y hasta
cierto amigo de ambos que circunstancialmente regresa del extranjero, cursan
sobre la literatura, el teatro, la filosofía y la vida en general. ¿Y qué
pasa con estas reflexiones? Pasa que algunas de ellas quieren ser una
"segunda música" que se monta sobre la primera (especialmente
cuando están dichas en off), y por momentos lo consiguen. Otras de ellas pesan, lastran,
quizá por su carácter arbitrario, o por su tono taxativo, o por un brillo
que no iguala el énfasis con que se las pronuncia. Si para muestra basta un
botón, les dejo éste (de boca de Federico): "Los artistas deben ser fieles a
una misma idea o se convierten en diletantes, pero los críticos tienen que
cambiar, que reacomodarse, porque si no pecan de conservadores."
Es el
momento de decir que a Federico lo interpreta nada menos que Enrique
Piñeyro, ese actor y director tan talentoso como extraño, y me refiero a su
carácter, a su tono, que unas veces lo pintan como un niño demasiado grande
que se resiste a dejar de serlo, y otras como un hombre que tiene todo eso
que hay que tener (y que a tantos les falta), aunque no luce
demasiado convencido de tenerlo. Pues bien: eso era el personaje-persona
Piñeyro para mí (sobre todo a partir de su Whisky Romeo Zulú, por
cierto), y cada vez me venía cayendo más simpático. Lo curioso es que acá,
aunque en otro papel, Piñeyro vuelve a ser, o a hacer, esencialmente el
mismo personaje. Y eso me hizo bien a mí, porque me alegré de
reencontrármelo, pero no tanto al film. Me explico: creo que Federico se
postula como "alter ego" del autor (o de Filipelli, aunque no es exactamente
lo mismo), pero siento que el peso específico del individuo en cuestión –también
la "dirección de actor"– hace que Federico vuelva a ser un alter ego de
Enrique Piñeyro.
Ahora dejemos al protagonista, pero sigamos con el film,
porque parece haber otro film en éste y vamos a dedicarle unas
líneas: Música nocturna también ofrece, aunque en dosis muy
minoritarias, una música muy otra, que no está ligada a las reflexiones
verbales sino a otra clase de intervenciones sobre la propia
realidad y el arte. En cierto momento Cecilia se sube a un taxi y ordena: "A
Esmeralda al 1300"… pero se baja del auto enseguida, cuando el chofer le
advierte que ya están en Esmeralda al 1300. En otro momento Federico
se encuentra con un viejo escritor de radioteatros, con el que inicia un
diálogo más ligero, imprevisible y fluido que los anteriormente
referidos (acaso porque el anciano es completamente de otra clase,
y no sólo social). Quizá lo mejor que pueda decirse de este film es que
muestra esas fisuras; porque se parecen a un desafío, a la señal que indica
rumbos nuevos, y más fértiles, para el cine de Rafael Filipelli (Hay
unos tipos abajo, El ausente, Esas cuatro notas). En este
sentido podríamos considerar a Música nocturna una obra de
juventud… aunque su autor haya soplado 68 velitas.
Guillermo Ravaschino
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