Nicholas Nickleby
es la versión cinematográfica de la novela homónima de Charles Dickens, y la
adaptación, realización e intención explicitan la voluntad de someterse al
original (sin ser literales, dada la extensión del libro). Esa fidelidad
representa un interrogante mayor que cualquier versión libre. Y nos hace
preguntarnos qué ven en Dickens los productores, directores y espectadores
(que cada tanto nos imponen alguna nueva versión de sus historias: Dickens
debe ser el autor más adaptado después de Shakespeare...). No hay ambigüedad
alguna en Dickens, ni muchas posibilidades de hacer versiones "libres": pero
tal vez este sea precisamente su atractivo...
Los héroes de Dickens tienen
todos la misma historia: a la pérdida temprana de la familia le siguen sus
desventuras en la ciudad (lugar del vicio y la corrupción), para terminar
–tras muchos giros del destino– con la reconstrucción de la idílica vida
familiar. El caso de Nicholas Nickleby es, en este sentido,
paradigmático: tras la muerte del padre, la familia queda desamparada, por
lo que el héroe decide viajar a Londres y pedirle ayuda a un tío, cuya
intención será explotarlo... De ahí en más la trama se complica, y hay que
atravesar novecientas páginas hasta reencontrar a la familia unida (y con su
situación financiera solucionada...).
Las novelas de Dickens eran
en el siglo XIX tan populares como lo fue el cine en el siglo XX, y cumplían
la misma función: entretener, y de paso aleccionar. En un ensayo titulado
"Dickens, Griffith y el cine actual", Eisenstein veía en el escritor popular
al precursor del cineasta de masas: las novelas de Dickens serían el modelo
del cine clásico de Hollywood, tanto por su forma "cinematográfica" como por
su contenido "melodramático" (forma y contenido que determinan la
misma ideología: la gran persecución del final feliz, representado en la
"vida burguesa"). Ese notable ensayo de Eisenstein es de la década del
treinta (un siglo posterior a la escritura de Nicholas Nickleby),
pero en esencia nada ha cambiado desde entonces (ni en la forma ni en el
contenido...). Así que no es de extrañar que cada año traiga su versión
cinematográfica de alguna novela de Dickens: a veces es Grandes ilusiones
(la primera versión fue de David Lean, y la última de Alfonso Cuarón), otras
veces Oliver Twist (la primera se la debemos también a Lean, y la
próxima será la nueva película de Roman Polanski).
Uno no puede pensar en
Dickens sin recordar las películas de David Lean (quien supo reproducir para
siempre el imaginario popular de Dickens), y en general las nuevas versiones
suelen dividirse entre aquellas que se acercan a Lean –y a la letra de
Dickens–, y aquellas que intentan alejarse de él: las películas que se
alejan son fallidas (como lo fue la de Cuarón), y las que se le acercan son
superfluas (como uno imagina lo será la de Polanski). Porque si Lean había
de algún modo re-creado a Dickens (dando una representación visual a ese
romanticismo social que postulan sus novelas), las nuevas adaptaciones
suponen una versión mas "realista" (incluso las que lo traen a la
actualidad): el resultado es que las nuevas versiones parecen más viejas que
las de Lean (cuya primera película sobre Dickens se remonta a la década del
treinta). El mejor ejemplo es esta Nicholas Nickleby, que se inscribe
en la tradición de quienes pretenden ser fieles a Dickens (y a Lean), y son
más bien fieles a todas las convenciones posibles: la reproducción
esquemática del melodrama, el retrato "de época", y la galería de Grandes
Personajes Secundarios (interpretados por actores notables como Nathan Lane,
Christopher Plummer... & Gran Elenco).
No es de extrañar que esta
versión haya sido dirigida por un director norteamericano (Douglas McGrath,
quien anteriormente ya había adaptado Emma de Jane Austen), ya que lo
que Hollywood sigue encontrando en Dickens es lo que –después de Griffith–
encontraba en el cine de Frank Capra (quien le dio a Estados Unidos su
propia edad de la inocencia, sin necesidad de adaptaciones): la moraleja
eminentemente moral (los hombres son –antes que pobres o ricos– básicamente
buenos o malos) que hace hincapié en un "humanismo" convencional (sin
detenerse en el análisis de las condiciones históricas o sociales). Esa
ahistoricidad es lo que le permite a Hollywood seguir filmando películas
sobre novelas del siglo XIX como si fueran actuales, como si la edad de la
inocencia pudiera volver (si es que alguna vez existió) con sólo
re-presentarla. Lo que es –después de todo– la vocación de cualquier
tradición: conservarse a sí misma, sea como sea.
Finalmente, todo se reduce
–como siempre– a la vieja lucha entre el bien y el mal (en la que los buenos
son buenísimos, los malos malísimos, y el bien siempre triunfa...). Los
héroes de Dickens representan lo que deberíamos ser: seres cuya bondad es
puesta permanentemente a prueba, y que aun cuando puedan caer en las trampas
de la maldad, llegarán al final de sus aventuras con su espíritu intacto.
Todas las historias son alegorías de la inocencia reencontrada, y esa
inocencia, por supuesto, se identifica con los valores "burgueses"
(tradición, familia, propiedad), que ya habían sido puestos en crisis a
mediados del siglo XIX, cuando Dickens empezaba a construir su obra.
Esos mismos valores también
pueden encontrarse en una película como La terminal (después de todo,
Spielberg siempre aspiró a ser un nuevo Capra). Pero como hay pocos
Spielbergs, Hollywood siempre volverá a Dickens (como lo hace cada año con
su "Cuento de Navidad"...).
Nicolás Prividera
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