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NICHOLAS NICKLEBY

Estados Unidos-Inglaterra, 2002


Dirigida por Douglas McGrath, con Christopher Plummer, Charlie Hunnam, Jamie Bell, Jim Broadbent, Tom Courtenay, Stella Gonet, Edward Fox.



Nicholas Nickleby es la versión cinematográfica de la novela homónima de Charles Dickens, y la adaptación, realización e intención explicitan la voluntad de someterse al original (sin ser literales, dada la extensión del libro). Esa fidelidad representa un interrogante mayor que cualquier versión libre. Y nos hace preguntarnos qué ven en Dickens los productores, directores y espectadores (que cada tanto nos imponen alguna nueva versión de sus historias: Dickens debe ser el autor más adaptado después de Shakespeare...). No hay ambigüedad alguna en Dickens, ni muchas posibilidades de hacer versiones "libres": pero tal vez este sea precisamente su atractivo...

Los héroes de Dickens tienen todos la misma historia: a la pérdida temprana de la familia le siguen sus desventuras en la ciudad (lugar del vicio y la corrupción), para terminar –tras muchos giros del destino– con la reconstrucción de la idílica vida familiar. El caso de Nicholas Nickleby es, en este sentido, paradigmático: tras la muerte del padre, la familia queda desamparada, por lo que el héroe decide viajar a Londres y pedirle ayuda a un tío, cuya intención será explotarlo... De ahí en más la trama se complica, y hay que atravesar novecientas páginas hasta reencontrar a la familia unida (y con su situación financiera solucionada...).

Las novelas de Dickens eran en el siglo XIX tan populares como lo fue el cine en el siglo XX, y cumplían la misma función: entretener, y de paso aleccionar. En un ensayo titulado "Dickens, Griffith y el cine actual", Eisenstein veía en el escritor popular al precursor del cineasta de masas: las novelas de Dickens serían el modelo del cine clásico de Hollywood, tanto por su forma "cinematográfica" como por su contenido "melodramático" (forma y contenido que determinan la misma ideología: la gran persecución del final feliz, representado en la "vida burguesa"). Ese notable ensayo de Eisenstein es de la década del treinta (un siglo posterior a la escritura de Nicholas Nickleby), pero en esencia nada ha cambiado desde entonces (ni en la forma ni en el contenido...). Así que no es de extrañar que cada año traiga su versión cinematográfica de alguna novela de Dickens: a veces es Grandes ilusiones (la primera versión fue de David Lean, y la última de Alfonso Cuarón), otras veces Oliver Twist (la primera se la debemos también a Lean, y la próxima será la nueva película de Roman Polanski).

Uno no puede pensar en Dickens sin recordar las películas de David Lean (quien supo reproducir para siempre el imaginario popular de Dickens), y en general las nuevas versiones suelen dividirse entre aquellas que se acercan a Lean –y a la letra de Dickens–, y aquellas que intentan alejarse de él: las películas que se alejan son fallidas (como lo fue la de Cuarón), y las que se le acercan son superfluas (como uno imagina lo será la de Polanski). Porque si Lean había de algún modo re-creado a Dickens (dando una representación visual a ese romanticismo social que postulan sus novelas), las nuevas adaptaciones suponen una versión mas "realista" (incluso las que lo traen a la actualidad): el resultado es que las nuevas versiones parecen más viejas que las de Lean (cuya primera película sobre Dickens se remonta a la década del treinta). El mejor ejemplo es esta Nicholas Nickleby, que se inscribe en la tradición de quienes pretenden ser fieles a Dickens (y a Lean), y son más bien fieles a todas las convenciones posibles: la reproducción esquemática del melodrama, el retrato "de época", y la galería de Grandes Personajes Secundarios (interpretados por actores notables como Nathan Lane, Christopher Plummer... & Gran Elenco).

No es de extrañar que esta versión haya sido dirigida por un director norteamericano (Douglas McGrath, quien anteriormente ya había adaptado Emma de Jane Austen), ya que lo que Hollywood sigue encontrando en Dickens es lo que –después de Griffith– encontraba en el cine de Frank Capra (quien le dio a Estados Unidos su propia edad de la inocencia, sin necesidad de adaptaciones): la moraleja eminentemente moral (los hombres son –antes que pobres o ricos– básicamente buenos o malos) que hace hincapié en un "humanismo" convencional (sin detenerse en el análisis de las condiciones históricas o sociales). Esa ahistoricidad es lo que le permite a Hollywood seguir filmando películas sobre novelas del siglo XIX como si fueran actuales, como si la edad de la inocencia pudiera volver (si es que alguna vez existió) con sólo re-presentarla. Lo que es –después de todo– la vocación de cualquier tradición: conservarse a sí misma, sea como sea.

Finalmente, todo se reduce –como siempre– a la vieja lucha entre el bien y el mal (en la que los buenos son buenísimos, los malos malísimos, y el bien siempre triunfa...). Los héroes de Dickens representan lo que deberíamos ser: seres cuya bondad es puesta permanentemente a prueba, y que aun cuando puedan caer en las trampas de la maldad, llegarán al final de sus aventuras con su espíritu intacto. Todas las historias son alegorías de la inocencia reencontrada, y esa inocencia, por supuesto, se identifica con los valores "burgueses" (tradición, familia, propiedad), que ya habían sido puestos en crisis a mediados del siglo XIX, cuando Dickens empezaba a construir su obra.

Esos mismos valores también pueden encontrarse en una película como La terminal (después de todo, Spielberg siempre aspiró a ser un nuevo Capra). Pero como hay pocos Spielbergs, Hollywood siempre volverá a Dickens (como lo hace cada año con su "Cuento de Navidad"...).

Nicolás Prividera      


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