Síntesis, severidad, dureza. Esas son las características del cine que
propone Albertina Carri, quien a los veintisiete años pudo producir,
escribir, filmar y dirigir esta opera prima que es un retrato de la sociedad
argentina de hoy. Y esos rasgos vienen también a quebrar los modelos del
cine hecho por mujeres, esbozando una nueva mirada fílmica femenina.
En unas pocas primeras tomas y casi sin palabras, se nos presenta el
final de una tragedia urbana: un personaje desesperado, un secuestro, un
asesinato brutal. Después vendrá, en racconto, el desarrollo de la
historia, mezclando, alternando y cruzando los caminos de dos familias
argentinas producto del último tiempo que hemos vivido. El asesino es
Rubén (Martín Churba), hijo desorientado y bueno para nada de una familia
media, descalabrada bajo la presión de un padre superado por la crisis. El
muerto es Roberto (Martín Callau), industrial enfrentado irreversiblemente
con su socio y cuñado (Ricardo Merkin), un tránsfuga de actividades
turbias decidido a salvar a cualquier costo su propia crisis financiera. El
vínculo entre ambas familias es la prostituta que une a Rubén con quien
pondrá en sus manos el arma asesina.
Esta tragedia familiar, atávica y universal, está contada desde un
lugar externo, ascético, con una mirada despojada de emotividad. Si parece
haber cierta comprensión hacia el drama de la clase media, no hay
paliativos para presentar la frivolidad, el desamor y el egoísmo de los
miembros de la familia rica. Con diálogos creíbles, reales, muy diferentes
del perimido cine argentino declamatorio, el elenco tiene excelentes actores
en la generación mayor: Callau, Manuel Vicente y el notable Merkin superan
el nivel de los más jóvenes, que no están mal: además de Churba, Analía
Couceyro y Gabriela Toscano.
El otro personaje de la película es Buenos Aires, que vuelve a ser
retratada de manera poco habitual. Con una fotografía en blanco y negro de
grano grueso, evocadora de Mundo grúa, y a través de una
cámara casi fija, vemos una ciudad dura, adusta, seca como el drama que se
gesta en su interior. Los ámbitos recuerdan los espacios del cine de
Martín Rejtman, productor de este film: muros fríos aislantes, boliches
siniestros, autopistas opresoras.
Carri organizó un thriller negro como un rompecabezas, con
retazos de las dos historias, en un armado de laboratorio al que le falta
soltura. El paralelo destaca las similitudes entre ambas familias
aparentemente diferentes: el conflicto entre padres e hijos, la fiesta
familiar, el inconformismo son rasgos comunes a ellas, que resultan
paradigmáticas de nuestra sociedad. Nadie quiere volver a esas casas, pero
tampoco es posible alejarse de ellas. Volviendo a la
realizadora, tampoco la ayudan esos largos silencios negros que funcionan
como pozos ciegos donde pueden perderse el ritmo y la atención.