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NO QUIERO VOLVER A CASA

Argentina, 2000


Dirigida por
Albertina Carri, con Martín Churba, Manuel Callau, Ricardo Merkin, Analía Couceyro, Gabriela Toscano.



Síntesis, severidad, dureza. Esas son las características del cine que propone Albertina Carri, quien a los veintisiete años pudo producir, escribir, filmar y dirigir esta opera prima que es un retrato de la sociedad argentina de hoy. Y esos rasgos vienen también a quebrar los modelos del cine hecho por mujeres, esbozando una nueva mirada fílmica femenina.

En unas pocas primeras tomas y casi sin palabras, se nos presenta el final de una tragedia urbana: un personaje desesperado, un secuestro, un asesinato brutal. Después vendrá, en racconto, el desarrollo de la historia, mezclando, alternando y cruzando los caminos de dos familias argentinas producto del último tiempo que hemos vivido. El asesino es Rubén (Martín Churba), hijo desorientado y bueno para nada de una familia media, descalabrada bajo la presión de un padre superado por la crisis. El muerto es Roberto (Martín Callau), industrial enfrentado irreversiblemente con su socio y cuñado (Ricardo Merkin), un tránsfuga de actividades turbias decidido a salvar a cualquier costo su propia crisis financiera. El vínculo entre ambas familias es la prostituta que une a Rubén con quien pondrá en sus manos el arma asesina.

Esta tragedia familiar, atávica y universal, está contada desde un lugar externo, ascético, con una mirada despojada de emotividad. Si parece haber cierta comprensión hacia el drama de la clase media, no hay paliativos para presentar la frivolidad, el desamor y el egoísmo de los miembros de la familia rica. Con diálogos creíbles, reales, muy diferentes del perimido cine argentino declamatorio, el elenco tiene excelentes actores en la generación mayor: Callau, Manuel Vicente y el notable Merkin superan el nivel de los más jóvenes, que no están mal: además de Churba, Analía Couceyro y Gabriela Toscano.

El otro personaje de la película es Buenos Aires, que vuelve a ser retratada de manera poco habitual. Con una fotografía en blanco y negro de grano grueso, evocadora de Mundo grúa, y a través de una cámara casi fija, vemos una ciudad dura, adusta, seca como el drama que se gesta en su interior. Los ámbitos recuerdan los espacios del cine de Martín Rejtman, productor de este film: muros fríos aislantes, boliches siniestros, autopistas opresoras.

Carri organizó un thriller negro como un rompecabezas, con retazos de las dos historias, en un armado de laboratorio al que le falta soltura. El paralelo destaca las similitudes entre ambas familias aparentemente diferentes: el conflicto entre padres e hijos, la fiesta familiar, el inconformismo son rasgos comunes a ellas, que resultan paradigmáticas de nuestra sociedad. Nadie quiere volver a esas casas, pero tampoco es posible alejarse de ellas. Volviendo a la realizadora, tampoco la ayudan esos largos silencios negros que funcionan como pozos ciegos donde pueden perderse el ritmo y la atención.

Josefina Sartora