Twelfth Night fue escrita en tono de comedia por William Shakespeare a comienzos del siglo
XVII, y en lo que va del XX ya ha tuvo una docena de versiones en el cine y la
televisión. La que acaba de estrenarse en Buenos Aires (bajo el título de Noche de
reyes) se debe al inglés Trevor Nunn, un hombre de teatro que ha ganado fama y
prestigio gracias a sus puestas shakespeareanas, motivo suficiente para que los
productores de Mucho ruido y pocas nueces y La locura del rey Jorge lo
escogieran como director. Poco experto en lides cinematográficas, Nunn se dejó llevar
por dos premisas a la hora de concretar el film: dejar intacto el texto original, no sólo
en su literalidad sino en su poblado enjambre de subtramas, y echar mano de todos los
recursos de los que dispone el cine para rodearlo de una atmósfera realista en lo que a
vestuario y escenografía se refiere.
Se diría que tales elecciones llevaron a Nunn a
contrariar la esencia, a aferrarse a la superficialidad. Por un lado, porque el
naturalismo de Noche de reyes suena poco afín a las letras del ilustre Sir
William, siempre más amigo de cargar las tintas sobre la expresión fuere irónica,
trágica o risible que en los detalles témporo-espaciales del contexto (más aun:
en esa autonomía de la expresión respecto del contexto parece radicar la vigencia de sus
textos, su universalidad). La veta argumental, en tanto, se nutre de un conflicto
principal y varios otros subalternos. El primero gira en torno de Viola (Imogen Stubbs,
que es la esposa del realizador), una joven que sobrevive a un naufragio con la firme y
falsa convicción de que su hermano mellizo pereció bajo las aguas. Especie de Tootsie al
revés, Viola se disfraza de varón para conchabarse como "mensajero" del duque
de Orsino. Su rol consiste en oficiar de Celestina entre el duque y su interés
sentimental, la condesa Olivia. Pero Olivia, creyéndola del otro sexo, se enamora de
Viola, y Viola cae a los pies del duque, al que no puede confesar su amor a riesgo de
perder su empleo. Oportunamente llegará el mellizo, que es casi idéntico a su hermana
disfrazada...
Si las bases para la comedia de enredos estaban
adecuadamente establecidas a partir de este cuarteto, el mentado "respeto" a las
subtramas vino a emponzoñar las cosas. Las humillaciones que sufre el amo de llaves de
Olivia (Nigel Hawthorne) a manos de otros miembros del palacio, así com las trapisondas
de un segundo pretendiente de Olivia (Richard E. Grant) descalificado desde el principio
por su torpeza impar, nada aportan a la trama principal en términos dramáticos. Pero la
empantanan hasta tornar inacabables los 127 minutos de Noche de reyes. La puesta es
obvia, perezosa, poblada de contraplanos redundantes y, también en nombre de una
fidelidad mal entendida, pletórica en gags ingenuos, sólo festejados por los propios
personajes, que se ríen a la pata suelta en varios tramos de la narración. Ben Kingsley
(Gandhi) se hace cargo de Feste, el bufón, un personaje que le permite revelarse
como baladista medieval, rol del que sale airoso gracias a una suave entonación, y que,
no obstante, aumenta el lastre de una historia que lo último que necesitaba eran extensos
videoclips.