Noche en la terraza no sólo se presenta como thriller erótico,
sino que algunos comentarios increíbles que acompañan su afiche sugieren
algo aun más importante: una especie de estudio intelectual del
deseo. La verdad es que la película de Jorge Zima no es ninguna de esas
dos cosas, sino una historia de amor adúltero con un final tan teatral
como carente de suspenso.
La trama cuenta la relación que entabla una mujer casada con un
misterioso y seductor vecino. Para dejar en claro la falta de pasión que
hay en la vida de Paula, se describe a su marido (Federico) como un
publicista frío que divide a la humanidad entre ganadores y perdedores.
Entonces aparece Lucas con su voz sensual, dejándole grabaciones de audio
con poéticas declaraciones de deseo en la ventana del estudio. Pronto ese
estudio –ubicado en la terraza, claro– pasará a ser lugar de
encuentro de los amantes ardientes.
Esta primera parte, filmada con decoro, se ve notoriamente perjudicada
por diálogos inverosímiles, actuaciones a medio camino y excesivo
metraje dedicado no sólo a la infidelidad sino a la silenciosa y
rutinaria vida matrimonial de la protagonista.
Y luego viene el final, con un marido enloquecido por el engaño –y
el infaltable revólver–, en el que los defectos de la primera parte se
potencian hasta que la película se sumerge en el ridículo. De todas
maneras, el film ya acarrea a aquella altura la pérdida de interés que
provoca la falta de ritmo e intensidad emocional.
Noche en la terraza no es de ninguna manera la película
trascendente que se pretende desde los afiches. Fallida por donde se la
mire, quizá su faceta rescatable tenga que ver con cierto clima de
romance que aparece en algunos pasajes de la primera mitad: cuando los
diálogos desaparecen y los actores se sueltan, Zima consigue transmitir
la pasión de los protagonistas, ausente en el resto del film.
Ramiro Villani