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EL NUEVO MUNDO
(The New World)

Estados Unidos, 2005


Dirigida por Terrence Malick, con Colin Farrell, Christopher Plummer, Q'Orianka Kilcher, Christian Bale, August Schellenberg.



El nuevo film de Terrence Malick (quien cierra un ciclo de 6 años sin estrenar largometrajes) dividió a la crítica en el último festival marplatense. Yo estuve en el bando de los decepcionados. Si sus anteriores Badlands y La delgada línea roja me habían parecido personales, originales, dignos de figurar en cualquier selección del nuevo cine estadounidense, este último me resultó ambicioso, grandilocuente, y diría que está lejos de agregar algo a lo ya visto.

Malick es un director interesado en la problemática de su país, en las causas profundas de su idiosincrasia. En El nuevo mundo se interna en la conquista del suelo americano, en la llegada de los colonos ingleses y su encuentro con los nativos en Virginia, a principios del siglo XVII. Con una fotografía magnífica y música wagneriana –imposible no acordarse de 1492 monta en escena el encuentro de los europeos con ese mundo desconocido, que abre toda clase de interrogantes. Elige hacerlo contando una historia de amor, la leyenda romántica de la princesa indígena Pocahontas (aunque en el film nunca se la menta con su nombre original) con el capitán John Smith, quienes vivieron un amor prohibido que al principio sirvió para salvar la vida de los colonos, y posteriormente para incorporar a la india a la vida colonizada.

El problema radica en que para contarlo Malick recurre a la fórmula que le dio tan buenos resultados en La delgada línea roja: un retrato ingenuo, bastante simplista, sobre las dos culturas que se enfrentan: los indios son limpios, puros y confiados; los ingleses, sucios, incultos y traicioneros. El conflicto de ambos protagonistas también está estereotipado, y hay una voz en off que no cesa de transmitir los pensamientos de cada personaje: sus dudas, sus búsquedas, sus elecciones. Francamente, este fluir de la conciencia que en aquel film antibélico era poético y casi metafísico, aquí suena sumamente pobre y trivial. Todo el argumento se ve permanentemente en peligro de ser absorbido por la fotografía que de la naturaleza virgen realiza Emmanuel Lubezki, quien no sin justicia ganó el correspondiente premio en el festival mencionado más arriba. Muchos espectadores quedaron subyugados por la seducción de esas imágenes que crean una atmósfera de ensueño; pero esto no oculta un guión pobre y maniqueo.

Otra dificultad es la actuación de Colin Farrell, de registro muy limitado, salvado en parte por la debutante Q'Orianka Kilcher (de origen quechua), como emanación de la Madre Tierra que acoge benévolamente al invasor, y que funciona más tarde como vestigio del paraíso perdido.

Josefina Sartora      


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