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EL OBJETO DE MI AFECTO
(The Object Of My Affection)

Estados Unidos, 1997


Dirigida por
Nicholas Hytner, con Jennifer Aniston, Paul Rudd, Tim Daly, Alan Alda, Nigel Hawthorne, Allison Janney.



La fotografía de Oliver Stapleton y la partitura de George Fenton hacen del primer tramo de El objeto de mi afecto una especie de souvenir (agradable, ligero) de las comedias románticas de los años 50: entre tonos pastel y suaves melodías reconocibles surge Nina, esa chica de Brooklyn (Jennifer Aniston, hiperproducida) que acoge en su domicilio a George (Paul Rudd), el simpático joven gay recién abandonado por su pareja. Un par de gags bien planteados y cierta profesora de baile que apoya sus clases en citas cinéfilas completan un panorama saludable en el inicio. El inmediato embelesamiento de Nina ante su huésped abre una segunda etapa, naturalmente mucho más larga, la mayor parte de cuyas alternativas pueden resultar altamente previsibles.

Abierta y desprejuiciadamente fluyen las intimidades de George, quien se confiesa ante su amiga con más soltura que la de los "heterosexuales promedio". Pero el novio cama afuera de Nina es marioneta de la más cruda manipulación. Este abogado de los derechos civiles al principio luce vigoroso y rozagante. Cuando Nina lo abandona y lo desprecia, y esto incluye la decisión de criar al bebé de ambos con la sola ayuda de George, la película hace lo propio, mostrándolo sucio, destrazado... y en pareja con una chica "de la calle". En tanto, un crisol de actores teatrales con prestigio acude para enmarañar la trama y demorar la respuesta a la pregunta fundamental: ¿terminarán Nina y George constituyendo una pareja en regla?

Más allá de las sabrosas líneas que monopoliza el agente literario de Alan Alda (como cuando, recién llegado, le ofrece a Nina 2 millones de dólares por la historia de sus desgracias), se impone la sensación de que El objeto de mi afecto pecó de ambiciosa. Abarca demasiados sucesos en las vidas de sus criaturas –idas y vueltas, separaciones y reencuentros, discusiones y hasta un casamiento– como para desarrollarlos adecuadamente, o resolverlos de otro modo que no sea a las patadas.

Guillermo Ravaschino     

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