El nuevo niño terrible del cine francés, François Ozon, evade
hábilmente todo intento de clasificación o encasillamiento. Si en Gotas
que caen sobre las rocas calientes manifestaba inspirarse en
Fassbinder y en Bajo la arena incursionaba en el thriller
psicológico melodramático, en 8 Mujeres es evidente que decidió
divertirse en grupo y divertir a los demás, alejado de todo
convencionalismo. En esta última película, basada en una pieza teatral,
Ozon parodia los géneros clásicos: por un lado el policial de intriga,
con la aparición del cadáver de un hombre rico asesinado en un ámbito
cerrado, una casa aislada en la nieve que encierra ocho posibles
culpables... todas mujeres. Y no cualesquiera, sino interpretadas por lo
más consagrado de las estrellas francesas, en un elenco impresionante:
Catherine Deneuve, Isabelle Huppert, Fanny Ardant, Emmanuelle Beart, la
veterana Danielle Darrieux, la negra Firmine Richard y las jóvenes
Virginie Ledoyen y Ludivine Sagnier. En un disfrutable duelo actoral lleno
de mordacidad y humor, esas mujeres discutirán ácidamente en sucesivos
interrogatorios y confesiones hasta descubrir la verdad. Verdad que
demuestra que la realidad siempre puede ser peor aun.
Por otro lado, el melodrama: Ozon ha abrevado en los maestros del
género. Aprendió de Douglas Sirk y Fassbinder cómo contar las tramas
que urden los personajes y, en este caso, los distintos vínculos
femeninos: las hermanas, la madre, las hijas, las cuñadas, las amantes,
las patronas, las mucamas muestran las distintas formas que toma el amor
femenino en un mundo en el que el hombre ha muerto, o está ausente.
¿Alusión a las consecuencias del feminismo?
Ozon parodia también el musical de los ‘50: cada actriz tiene su
propio número musical, una canción y coreografía concebida
adecuadamente para ese personaje. El número musical es el instante de la
confesión, a manera de monólogo teatral en el que cada mujer expresa su
interioridad, sus más hondas motivaciones. Ozon exhibe una puesta en
escena cuidadísima para esta obra eminentemente teatral: con vestuario y
estética de los años ‘50, cada personaje está cuidadosamente
presentado en un kitsch sofisticado: a cada una de las mujeres
corresponde determinado vestuario, color, peinado y maquillaje que la
caracterizan; de la misma manera, cada una de ellas guarda un secreto, e
incluso en la presentación el nombre de cada estrella está acompañado
por la flor que corresponde a su personaje.
El film abunda en homenajes y citas cinematográficas, y hasta las
actrices se parodian a sí mismas. Si Deneuve cumple su consabido rol de
respetable señora burguesa de larga boquilla y piel de leopardo con poses
hieráticas y movimientos estudiados, Ardant es la rebelde al sistema y
Huppert supera toda comparación. Como la cuñada solterona, fea, pobre y
por añadidura virgen, apela a todos sus recursos histriónicos para
caracterizar a una desopilante neurótica verborrágica que sorprenderá a
todos con una transformación impactante. Incluso su número musical de
mujer que llora su soledad es una parodia de La profesora de piano.
En sus películas anteriores, Ozon ya había demostrado ser un
excelente fotógrafo del cuerpo humano. Aquí también revela una
esmerada, admirada composición para cada estrella: Ardant siempre está
filmada con algún marco escenográfico, el interrogatorio colectivo se
dirime en intensos primeros planos, incluso el beso entre dos mujeres
está provocativa y sutilmente registrado.
Por todo lo dicho es obvio que Ozon ha elegido apartarse de todos los
códigos naturalistas. La historia es desorbitada, las actuaciones
exageradas, los personajes estereotipados, los colores saturados, el
doblaje y la continuidad evidencian la artificiosidad del dispositivo. Y
en todo trasunta la diversión que debe de haber experimentado el equipo
completo al realizar el film.
Vi 8 Mujeres en dos oportunidades: la primera en el Festival de
Mar del Plata me asombró, no accedí fácilmente a la propuesta
artificiosa y me sobraron números musicales. En la función previa a su
estreno, con la mente y el corazón más abiertos, me divertí francamente
con cada detalle.
Josefina Sartora