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ORFEO
(Orfeu)

Brasil, 1999


Dirigida por Carlos Diegues, con Tony Garrido, Patricia Franca, Murilo Benicio, Zeze Motta, Isabel Fillardis.



Los años le dieron su lugar (en el olvido) a aquel Orfeo negro de 1959, dirigido por Marcel Camus e inflado por la Palma de Oro de Cannes, envuelto en lustroso celofán y magníficamente arropado por la música de Vinicius y Jobim. En verdad, las bellas canciones fueron lo único que perduró de aquella traslación turística del mito griego. Es decir, el olímpico Orfeo, músico y versero, seductor incontrolable de bestias, tormentas, hombres y mujeres.

Aunque en su momento hubo una complacencia mundial bastante generalizada para con Orfeo negro, el realizador de esta nueva versión de la leyenda que se llama Orfeo, a secas, dice que en el ’59 vio con mucha decepción el film de Camus (que, de movida, intentó basarse en el Orfeo de la Concepción, de origen teatral). Y las gacetillas facilitadas por la distribuidora (Warner), de inusual calidad informativa, recuerdan que a Vinicius no le había gustado el guión y menos todavía la realización cinematográfica de aquellas fechas. Además, citan las severas críticas de Jean-Luc Godard, quien acusó a la película tan premiada de traicionar la cultura y la realidad social del Brasil de fines de los ’50. Así es que este nuevo Orfeo, dirigido por Carlos Diegues (Bye, Bye, Brasil), se presentaba en los papeles como la reivindicación del espectáculo teatral original. Una suerte de regreso a las fuentes con –supuestamente– el marco de la genuina favela de la actualidad, desde luego más poblada y empobrecida que hace 40 años. Y en consecuencia, prometía por un lado la recuperación de personajes y situaciones tergiversados en Orfeo negro y, como si esto fuera poco, un cuadro de situación vigente de los excluidos en esos guetos de pobreza que son –como en la Argentina las villas– las favelas.

Muchas declaraciones de principios y excesivas pretensiones para un magro y tedioso resultado. Del que, por otra parte, se puede sospechar que, aun denostándolo, intentó sacar partido indirecto del exitoso Orfeo negro de antaño. Es cierto: en el Orfeo de Diegues la favela es un poco más miserable y se muestra a policías arbitrarios, violentos y corruptos. Pero al cabo, este film se zambulle de lleno en el "folklore" del que parecía abominar su realizador, al menos de palabra. Y no sólo no consigue transmitir la tragedia de los desposeídos y menos todavía la tan breve como intensa historia de amor de Orfeo y Eurídice, sino que se solaza largamente con tomas del carnaval brasileño, con las multitudinarias escolas do samba derrochando ritmo, brillo y color. Todo muy bonito para el ojo turístico, pero lejos de la mirada desde adentro que se anunciaba enfáticamente. Para colmo, el tal Tonio Garrido es el Orfeo menos encantador y más inexpresivo que se pueda imaginar. Patrica Franca da la impresión de ser mejor intérprete, lástima que la película casi no le da oportunidad de demostrarlo.

Moira Soto      


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