Como Flaubert, Francisco “Paco” Urondo también supo perseguir la palabra
justa. Al igual que la de sus colegas y compañeros Rodolfo Walsh y Haroldo
Conti, su escritura se cruzó, en determinado momento, inevitablemente con la
política.
Paco Urondo
nació en Santa Fe. Escritor (poeta, novelista, cuentista, ensayista,
dramaturgo) y periodista (La Opinión, Semanario de la CGT de los Argentinos,
Noticias) que formó parte del famoso y experimental Di Tella y el mundo del
cine (suyo es el guión de Pajarito Gómez), y que pasados los 40
descubrió la militancia y se enroló, como tantos otros intelectuales,
primero en la Resistencia Peronista y luego en las organizaciones armadas
(en este caso las FAR: Fuerzas Armadas Revolucionarias), que tras haber
impulsado el regreso de Perón en el ‘73 se vieron forzadas a pasar a la
clandestinidad ante el avance de la derecha de ese mismo movimiento, en lo
que sería el prólogo sangriento de los oscuros años por venir.
Urondo murió
el 17 de junio de 1976 en la provincia de Mendoza, en lo que
eufemísticamente se calificaba, en esa época, como un enfrentamiento. A
través del testimonio de la Turca, una ex compañera, este documental cuenta
cómo fue en verdad ese hecho (que tampoco era un secreto). Walsh había
escrito a fines de ese mismo año (y aparece publicado en “Ese hombre y otros
papeles personales”): “al Paco lo trasladaron en mayo, a mí me dijeron que a
Europa, pero en realidad a Mendoza... el traslado (...) fue un error. Cuyo
era una sangría permanente desde 1975, nunca se la pudo poner en pie”.
El director
y guionista Daniel Desaloms recoge testimonios de personas directamente
involucradas con el protagonista, tanto en su vida pública como privada
(aprovechando los documentos personales de la familia que le han sido
cedidos y le permiten armar los primeros años), y sabe sacar partido tanto
de las palabras cuanto de los silencios y los gestos para reconstruir la
vida de un ser humano excepcional que aún hoy sigue siendo un nombre
conocido sólo por unos pocos. Fotos, imágenes de archivo, cartas, textos
inéditos, lecturas de poemas (a cargo de su amiga Cristina Banegas y Juan
Leyrado) –que demuestran la valía de escritor y el reconocimiento que
todavía se le debe como tal– se conjugan para emocionar noblemente y
permitir, a la vez, la reflexión.
Así como las
palabras de Beatriz, la hermana de Paco, son de una inocencia verdadera y un
cariño profundo, o las de su hijo Javier de una tremenda lucidez política y
una ternura filial; así como la aparición de Angela (la hija sobreviviente
al atentado que acabó con la vida de sus padres) reconstruyendo su acceso a
la verdad, reclamando por su derecho a recuperar su identidad y el cuerpo de
su madre aún desaparecido, resulta demoledora... los testimonios de Miguel
Bonasso (¿de qué se ríe todo el tiempo este señor?) y de Horacio Verbitsky,
desligándose olímpicamente ambos de toda responsabilidad
de
dirección, provocarán vergüenza ajena a todo aquel que tenga memoria
histórica. “Porque si yo muriera mañana una parte de mi vida –esta parte de
mi vida– podría parecer insensata y ser reclamada por algunos que desprecio
e ignorada por otros a los que podría amar” escribió Walsh en 1972. Y su
tono visionario, que lo vuelve a emparentar con Urondo (que en su texto
sobre el Che que se escucha en el film anticipa para ellos el mismo final
trágico), no es más que una aguda lectura sobre el signo de los tiempos.
Esos tiempos convulsionados y efervescentes donde arte y revolución se daban
la mano y que aún sobrevuelan como fantasmas sobre nuestro presente
cómodamente ignorante.
Javier Luzi
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