Hay películas que constituyen un refugio para el espectador. Cuando peor se
siente, cuando la vida no le sonríe o cuando sólo ha visto un mal film y
necesita recomponerse, el espectador no tiene más que recurrir a esta clase
de películas para sentirse mejor y recuperar la fe en el mundo, integrado
entre otras cosas por ese hermoso arte que es el cine. Pacto de justicia
es una de esas películas.
Y lo que devuelve, además, son
las esperanzas frente a la malaria del cine realizado por el
Hollywood actual, precisamente porque reinvindica las formas narrativas,
estructurales y estéticas del cine clásico estadounidense. Dirigida y
protagonizada por Kevin Costner, fue también producida por el actor, quien
tuvo que financiar la mayor parte del presupuesto sin ayuda de los grandes
estudios, en lo que constituyó un importante esfuerzo personal.
Este western cuenta la
historia de Boss Spearman (Robert Duvall), un vaquero de los que ya quedaban
pocos en la segunda mitad del siglo XIX, quien arria ganado junto con
Charley Waite (Costner) y dos compañeros más, un gordo grande como un oso y
un joven mexicano (Diego Luna). Tanto Boss como Charley desean hacer su
trabajo en paz, libremente, esquivando las malas compañías. Pero
cuando sus dos compañeros son atacados salvajemente por los pistoleros del
hombre fuerte de un pueblo cercano (Michael Gambon, en la versión más
capitalista de un terrateniente que se haya visto), Boss y Charley deciden
ajustar cuentas. Saben que llevan todas las de perder, que el terrateniente
tiene al sheriff en el bolsillo y al pueblo aterrorizado, pero también saben
cuáles son sus derechos y no van a permitir que los atropellen. Contarán con
la ayuda de algunos pueblerinos, especialmente la hermana del médico del
lugar (interpretada por Annette Bening), pero tendrán que enfrentar sus
demonios internos –en el caso de Charley– y la ya muy cercana vejez –en el
caso de Boss–.
Costner construye el film con
paciencia, tomándose todo el tiempo necesario para describir a los
personajes y las situaciones, confiando en las imágenes y en la historia que
narra. Para esto incorpora muchos elementos que caracterizan a los grandes
maestros del cine del Oeste. De John Ford (Más corazón que
odio, Un tiro en la noche) toma la inserción del hombre en el
paisaje y el cuidadoso tratamiento de los protagonistas; de Howard Hawks (Río
Bravo, El Dorado) asimila la meticulosa trama en la que
intervienen pequeños grupos enfrentados a poderosos en total inferioridad de
condiciones; de Budd Boetticher (Estación Comanche) introduce
el laconismo y la conexión con un pasado oscuro de los intérpretes; en
cuanto a Sam Peckinpah (La pandilla salvaje, Pistoleros al
atardecer), se puede apreciar su violento estilo a la hora del duelo
final. Asimismo, podemos encontrar reminiscencias a otros clásicos como A
la hora señalada o Duelo de titanes.
Pero por encima de todo, este
emprendimiento casi en soledad en busca de la reinvindicación de un género
que muchos dan por extinto en su forma más pura, sin intentos de parodia,
celebrando formas de dirigir que ya no se emplean, emparentan a Costner con
Clint Eastwood, uno de los últimos narradores clásicos norteamericanos. Se
podrá cuestonar el hecho de que este western no posee una trama original y
que su estilo puede estar pasado de moda. Pero se estaría pasando por alto
el objetivo de Costner al filmar Pacto de justicia: el de contar con
cariño y respeto una simple historia. Y todos sabemos que, si se la relata
de la manera adecuada, una simple historia puede adquirir numerosos matices.
Costner contó con un sólido
elenco en el que Bening (haciendo a una mujer tan fuerte como delicada, que
enamora a primera vista a Charley), James Russo, Michael Gambon y él mismo
están formidables, y en el que Robert Duvall confirma que cuanto más viejo
está, mejor actor es. Por lo demás, los excelentes trabajos de dirección de
fotografía, sonido y arte incrementan la entidad de Pacto de justicia.
En el mismo año en que se
cumplió el centenario del western, no deja de ser un acto de justicia que se
estrene una película que nos dice que se puede filmar como cincuenta años
atrás... y ser, todavía, un adelantado. El western vive. Y nunca, por
suerte, va a morir.
Rodrigo Seijas
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