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PAJAROS VOLANDO

Argentina, 2010


Dirigida por Néstor Montalbano, con Diego Capusotto, Luis Luque, Verónica Llinás, Alejandra Flechner, Damián Dreizik, Vanesa Weinberg, Juan Carlos Mesa, Osky Guzmán, Lola Berthet, Tahiel Arévalo.



El gran valor del programa televisivo “Peter Capusotto y sus videos”, más allá de conformar el último bastión en la televisión abierta de la comedia absurda contra la hegemonía del humor teta-y-culo, es haber logrado exponer los modelos de representación cultural agotados. En el programa en cuestión, Diego Capusotto no interpreta a rockeros, cantores de música popular, integrantes de tribus urbanas, sino que los parodia, exagerando los rasgos más “típicos” (y el de Capusotto es un humor de tipologías, en la misma tradición que el ataque sin cuartel a los flemáticos pequeñoburgueses británicos en el “Flying Circus” de los Monty Python) de estos personajes de la cultura popular argentina. Por eso es más efectivo cuanto más se aleja del lugar común, cuando abandona los estereotipos cristalizados como el del rockero decadente e infantiloide Pomelo (que paradójicamente es su personaje más exitoso, siendo su referente a parodiar –Juanse– una parodia en sí misma, con lo cual estaríamos ante una parodia en segundo grado), y se concentra en tipos culturales y conductas aún vigentes. Es decir, cuando transforma parodia en sátira social. De este modo, personajes como Bombita Rodríguez, Luis Almirante Brown y Micky Vainilla trascienden sus referentes inmediatos (Palito Ortega y El Club del Clan, Luis Alberto Spinetta y las bandas de electropop como Miranda!, respectivamente) para componer feroces caricaturas sobre la conformación simbólica de la cultura popular argentina, desde la falsedad y gravedad impostada de las reconstrucciones de la turbulenta década del ’70 con Bombita Rodríguez, pasando por el intelectual recién salido de su Torre de Marfil que no puede identificar la diferencia entre lo vulgar y lo popular con Luís Almirante Brown, hasta esa gran denuncia de la hipocresía del apolitismo autoasumido de la cultura Pop con el fascista Micky Vainilla (y, por extensión, del laissez faire moral típicamente posmoderno).

Es justamente eso lo que escasea en Pájaros volando: la ferocidad de una mirada crítica que desactive los lugares y sentidos comunes para penetrar en el entramado social que conforma los tipos culturales. El escenario es muy similar al de Soy tu aventura (primera colaboración entre Néstor Montalbano, Diego Capusotto y Luis Luque en el cine, que se reitera ahora): un pueblo chico en aquello que podemos denominar con una enorme imprecisión geográfica como “el interior”. En este caso una colonia hippie en la sierra cordobesa lindante con un cerro en el que, aseguran, se han visto OVNIs. Hasta allí se traslada José (Capusotto), un empleado de remisería y cantante de una banda one-hit-wonder en los ’80 (Pablo Trapero jugó con este mismo elemento pero con más imaginación en Mundo grúa), cansado de la vida en la ciudad. Se instala en la casa de su primo Miguel (Luque), ex integrante de la banda de José y ahora reconvertido al hippismo más elemental (el del mundo de las ferias artesanales y el naturismo new age), y la mujer de éste (Verónica Llinás), el único personaje remotamente humano en todo esto. Miguel está convencido, junto a otros tres personajes, de que fue abducido por extraterrestres, y encuentra en José el eslabón que faltaba para poder completar su viaje hacia otros mundos junto a sus amigos verdes. Para eso, José deberá participar en una bastante arbitraria competencia de talento musical contra el elegido por otro de los abducidos (Damián Dreizik, también guionista), un cultor del desarrollo sustentable en cuyos hombros recae la mayor parte del escaso valor satírico de Pájaros volando.

Es todo demasiado superficial, demasiado ameno como para extraer de Pájaros volando algo del placer lúdico de destrucción que se encuentra en el corazón de “Peter Capusotto y sus videos”. Tal vez sea esa intención costumbrista (gran enfermedad de la ficción rioplatense) de descripción de un pueblo del interior la que hiere de muerte a todo atisbo de sátira cruel, de humor negro. O tal vez el propósito de narrar lo inenarrable, porque el argumento de Pájaros volando es tan débil, tan lleno de baches (¿qué pasa al final con el conflicto en la feria hippie?) que no puede percibirse como otra cosa que una larguísima sucesión de gags. Pero ni siquiera éstos funcionan, sepultados por un lado por la falta de timing cómico y recursos de humor visual más allá de la imitación del cine de ciencia ficción clase B, y por el otro por un protagonista gris –en las antípodas de la energía cocainómana desatada típicamente capusottiana–, incapaz de llevar a buen puerto ninguno de aquellos gags. Tampoco ayuda esa profusión obscena de cameos que, con la magnífica excepción del peronista obsesivo que encarna Antonio Cafiero, parecen estar en función del homenaje directo o del recurso poco imaginativo del “mirá quién es”, entorpeciendo una narración que es ya de por sí bastante morosa.

Sin embargo, entre tanta superficialidad y recursos del cine más básico (la cantidad de situaciones resueltas en plano/contraplano da un poco de vergüenza ajena), asoman momentos de inquietante potencia fílmica. Un primerísimo primer plano de cine mudo sobre la mirada de la policía con diarrea oral que interpreta Alejandra Flechner parece salido de otra película, una en constante expansión. O toda la secuencia de abducción, en la que prima el caos y asoma el misterio, dilapidado por un remate final demasiado básico con la narración alla Carl Sagan de Victor Hugo Morales. Poco para sostener una película que, en pleno siglo XXI, continúa riéndose del agotado estereotipo del hippie de feria. Si esto es a lo que llaman “film de culto”, cuéntenme entre los ateos más acérrimos.

Hernán Ballotta      

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