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EL PARAISO AHORA
(Paradise Now)

Francia-Alemania-Holanda-Israel, 2005



Dirigida por Hany Abu-Assad, con Kais Nashef, Ali Suliman, Lubna Azabal, Amer Hlehel, Hiam Abbass, Ashraf Barhom.



–¿Y qué sucede después?

–Dos ángeles vendrán por ustedes.

–¿Estás seguro?

–Ya lo verán.

Este diálogo entre los jóvenes que se inmolarán por la causa palestina y el cabecilla intelectual del movimiento, que se escucha casi en la mitad de la película, es medular para demostrar la sencillez y la profundidad con que se pueden construir los personajes, y la inteligencia de un guión que se pregunta por un tema central en la problemática contemporánea (y de siempre) del Medio Oriente.

Si Munich, el blockbuster teñido del típico voluntarismo bienpensante de Spielberg, recurre al pasado para hablar de la judeidad en el presente (y de paso deslizar una crítica tenue y superficial, casi gatopardista, sobre víctimas y victimarios), El paraíso ahora (desde su mismo título, entre irónico y urgente) se nutre de la fuerza de un presente inequívoco y cotidiano para doblar la apuesta y sumergirnos en un mundo de violencia –donde no se pueden equiparar los bandos– que nos permite presenciar la previa –que es también el otro lado– de los atentados que suelen inundar las pantallas de televisión con sus muertes colectivas y anónimas, su sangre inocente derramada y otros costos a pagar.

Said y Khaled son amigos, dos mecánicos palestinos que pasan sus horas sin mayores sobresaltos, compartiendo té y fumatas. Entre ellos aparece Suha, la hija de un mártir reverenciado como héroe nacional, de regreso en su tierra. Pero no habrá tiempo para el romance porque los jóvenes son llamados a cumplir con la palabra prometida y convertirse en hombres-bomba realizando un atentado en Tel Aviv que será el comienzo de una nueva Intifada. Sólo que el plan falla y uno de ellos se pierde, y en esas horas de búsqueda las cosas comienzan a verse desde otro lugar. Con menos certezas (o más seguridad, según el pasado de cada cual), con variaciones inesperadas en lo que a toma de decisiones respecta.

Con gran inteligencia el film va revelando a los protagonistas en sus gustos, sus miedos, sus vidas cotidianas y también, muy lentamente, en los secretos que los impulsan a llevar a cabo semejante acción. Así dejan de ser el Otro, desconocidos, estereotipos vacíos o llenos de ideología de manual, para convertirse en seres de carne y hueso en los que el espectador podrá reflejarse, y a partir de los cuales podrá cuestionar sus propios pensamientos.

Extrayendo lo mejor del documental en las imágenes de un pueblo humillado en el trato de todos los días (los checkpoints que niegan el paso con la sola razón que impone la fuerza), el territorio devastado y en ruinas, los estallidos constantes de las bombas, pero volcándose a la construcción de una ficción sumamente sólida que mezcla toques de humor negro (las filmaciones de los que serían los mensajes póstumos de los suicidas) con la poesía (el ritual de purificación y la última cena –clara representación del cuadro de Leonardo–, los encuentros terminales entre los kamikazes y sus madres) y el suspenso y la tensión (especialmente en los tramos finales), Hany Abu-Assad redondea un film sensible, humano, fuertemente político, claramente ideológico y profundamente ético, siempre lejos de la demagogia, el libelo y el panfleto.

Las razones sentimentales vertidas por los protagonistas, que indudablemente generarán controversias, tienen su contrapartida en alegatos pacifistas (emitidos por Suha) o abstracciones cuasi filosóficas (de los líderes “revolucionarios”) y aunque inclinan la balanza, inevitablemente, hacia un lado, no se fundan en la “relatividad” del lenguaje posmoderno sino en la potencia de una palabra aún moderna (donde la Historia no ha muerto, y los grandes relatos no dejan de asomar). Cómo entender si no el trueque de una vida por la noción de patria, más allá del mesianismo religioso (que acá queda expuesto pero jamás avalado), la creencia en que un acto puede borrar un pasado de culpa social, la necesidad de diferenciar defensa de ataque. Acertadísima y justa la apelación final de esa mirada antes del fundido a blanco.

Una película imperdible. Reflexiva y necesaria. Candente. Una auténtica bomba de tiempo cinematográfica.

Javier Luzi      


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