| A partir de una idea de Tristan Carné, se convocó a una veintena de 
    prestigiosos realizadores con la siguiente consigna: realizar un 
    cortometraje de entre 5 y 7 minutos ambientado en algún barrio famoso de 
    París. Acaso por las historias de amor con las que tan a menudo se 
    identifica a dicha urbe, aunque no hubo otras pautas todos privilegiaron 
    argumentos de ese tono, y al cabo de cuatro años salió del horno Paris Je T'Aime. Un largometraje de dos horas, muy 
    desparejo como casi todos los de factura colectiva, compuesto por 18 cortos 
    autónomos interpretados por un numeroso, rutilante, multinacional elenco.
 
    Casi nadie –entre los críticos de todo el mundo– rescató al primero de esos cortos, que fue 
    escrito, dirigido y protagonizado por Bruno Podalydes. Montmartre, 
    que así se llama (todos llevan el nombre del barrio en que se filmaron), 
    presenta a un hombre de mediana edad que, dentro de su auto, se interroga 
    por su soledad. Cuando a un par de metros cae desmayada una mujer que venía 
    caminando, y él se dispone a ayudarla, nosotros ya nos preguntamos si ella 
    será la respuesta al interrogante del principio. La solidez de la 
    ocurrencia, el clasicismo de la puesta de cámara y la sutileza de la empatía 
    que intercambian los personajes hacen de Monmartre un corto bien 
    francés en el mejor de los sentidos (que debe ser aquel que rememora al 
    cine de la Nouvelle Vague). Por eso, aunque no sólo por eso, se convirtió en 
    mi favorito. 
    Rescato otros dos: Quais De Seine, de Gurinder Chadha, 
    sobre el imprevisto, afectivo –y por añadidura cultural– encuentro de 
    un par de adolescentes (un francesito de lo más occidental y una 
    chica musulmana), narrado con ternura y al compás de la frescura que 
    derraman sus ignotos intérpretes, y Loin Du 16ème, de Walter Salles, 
    que hace foco sobre la tensión –y paradoja– de una madre, inmigrante latina 
    ella, que debe dejar a su propia beba en la guardería para ganarse la vida 
    cuidando a los niños de los ricos. 
    También rescato la fascinante sensualidad 
    (más que intacta, aumentada) de la veterana Fanny Ardant en Pigalle, 
    de Richard LaGravenese; la emoción de ver a Gena Rowlands junto a Ben 
    Gazzara por primera vez (a casi 40 años de las películas que protagonizaron 
    por separado para John Cassavetes)... y comprobar que siguen gozando de 
    excelente salud actoral (en Quartier Latin, curiosamente dirigido por 
    Gérard Depardieu). Hablando de curiosidades, recuerdo otras: la audacia del 
    canadiense Vincenzo Natali, que entregó un corto de vampiros 
    protagonizado por Elijah Wood, y la  contención de Wes Craven, quien 
    por primera vez en muchos años esquivó la sangre para contar el cuento de un 
    matrimonio de turistas británicos en conflicto (ambientado en un cementerio, 
    eso sí). Guillermo Ravaschino      
    
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