| Estamos en la islita de Saint-Pierre, colonia francesa,
    y corre 1849. Una noche, un hombre muy borracho apuñala a otro sin ningún motivo; poco
    después lo condenan a la guillotina. Pero en Saint-Pierre no hay guillotina ni verdugo, y
    Neel Auguste (el famoso director yugoslavo Emir Kusturica, en su primer aporte como actor)
    deberá esperar a que París, o alguna otra colonia, los envién hasta allí. El reo es
    alojado en la sede de la guarnición local, a cargo de un capitán muy corajudo, aunque
    blando de corazón, animado por Daniel Auteuil, a quien acompaña su esposa, fina dama
    interpretada por Juliette Binoche. Los meses pasan, la guillotina no llega y nuestro
    matrimonio se encariña con el condenado.
 Pasión de amor une la belleza
    de Saint-Pierre a la de su fotografía y recrea muy bien las ropas y los buques de la
    época. La cámara, muchas veces en mano y casi siempre movediza, le imprime cierto ritmo
    a las imágenes. La actuación de Auteuil es encomiable, no tanto la de Binoche (como
    afectada), y Kusturica zafa, aunque empalaga debido al perfil del personaje que
    le tocó en suerte. Como corresponde a la poco honrosa categoría cinematográfica
    conocida como qualité, las correcciones técnicas se conjugan con diálogos a
    menudo ampulosos, con giros dramáticos un tanto forzados y, más en general, con una
    sustancia narrativa que se muestra exigua para el formato de un largometraje. Neel no dura mucho en su celda, porque
    a poco de llegar la capitana le ofrece hacerse cargo del invernadero del
    destacamento. Lo ampuloso en este punto es la reacción de la señora, en la que el
    "sí" de Neel provoca una emoción poco menos que orgásmica. La jardinería
    deriva en otras tareas, siempre ejecutadas con prestancia y responsabilidad, no sólo para
    la esposa del capitán sino en beneficio de la comunidad. Esto incluye el embarazo de una
    lugareña, con lo que a poco de andar la premisa de la historia queda férreamente
    planteada: condenaron a una bestia pero se disponen a ejecutar a un benefactor que,
    encima, dejaría viuda y huérfano. Si las líneas generales de Pasión
    de amor son previsibles, su sazón no es de las mejores. Pienso en esa corte de
    canallas que conforman el gobernador y un puñado de oficiales que no hacen otra cosa que
    conspirar y frotarse las manos, mientras que la bonhomía del condenado crece, a paso
    firme, hasta rozar los bordes de la santidad. Esto da pie a una secuencia francamente
    absurda, en la que Neel, solito, evita una catástrofe al frenar la carrera barranca abajo
    de una casa prefabricada montada sobre ruedas, dominándola como si fuera un potro. Sin
    llegar a tal extremo, muchos bocadillos resultan por lo menos gruesos. Me voy con el que,
    a falta de mayor sustento dramático, pronuncia Binoche para justificar su consagración
    al reo: "Matar a un hombre no es maldad, y menos así. Se puede ser malo un día y
    bueno al día siguiente". No me digas... Guillermo Ravaschino
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