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    | EL
      PEQUEÑO LADRON(Le Petit Voleur)
 Francia,
      1999 | 
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    | Dirigida por Erick Zonca, con Nicolas Duvauchelle, Yann Tregouet, Jean-Jérôme Esposito, Martial Bezot, Jean-Armand Dalomba.
 
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    | El realizador francés Erick Zonca
      está comprometido en dedicar su trabajo a los jóvenes que la sociedad
      está dejando peligrosamente al margen. Sus personajes son muchachos
      solitarios, disconformes, en permanente choque con obstáculos, o
      detenidos en los caminos sin salida de una dura realidad social. En La
      vida soñada de los ángeles eran dos chicas rebeldes, y su historia
      conmovió al público y al Festival de Cannes en 1998. Después de aquel
      film duro e impactante, Zonca realizó un corto, Sola, sobre el
      descenso a los infiernos de una joven desocupada. El tríptico –casi
      antropológico– se completa con Pequeño ladrón, en que elige un
      estilo más despojado, más austero, casi documental, para contar la
      historia de S –o Ese– (Nicolas Duvauchelle), un muchacho del sur de
      Francia. Su nombre ya indica la condición anónima, su carácter de tipo:
      Ese podría ser cualquiera.
 En sólo 65 minutos, vemos cómo el muchacho recorre un camino de
      aprendizaje, que es a la vez una búsqueda de identidad. No conforme con
      su empleo en una panadería, que lo ata al mundo burgués, Ese se aparta
      de la vida correcta. Comienza traicionando a su amiga, al robarle su
      sueldo después de una noche de amor. Con el módico botín, Ese va a
      Marsella, ciudad de mar, contrabando, drogas y mafia, ambiente este
      último donde intentará hacerse un lugar. Cambia su condición de
      aprendiz de panadería por aprendiz de delincuente. Y el camino del
      aprendizaje está empedrado de sombríos trabajos, fuere en una u otra
      profesión. S trabaja como chico de los mandados de un grupo mafioso de
      tercera categoría, y para ellos realiza tareas domésticas, convencido de
      que así escalará posiciones jerárquicas. Pero Ese se siente más duro
      de lo que es en realidad. Cuando el capomafia lo somete y humilla, queda
      semiparalizado. Ese fracasa en todos sus intentos de robo, perseguido por
      su torpeza, su conciencia y su decepción, y se aparta de la banda. Ya se
      sabe que, en tal ambiente, las deserciones no se perdonan. Zonca elige un punto de vista externo sobre el protagonista,
      extremadamente objetivo, y no se permite un momento de ternura. Nunca
      sabemos exactamente qué siente el chico, él nunca expresa sus
      sentimientos abiertamente, pero lo vemos dudar y sufrir por la vida que
      lleva. La mirada distante, seca, francesamente desapasionada
      (cercana al "cinema-verité"), no permite entrar en la
      afectividad de los personajes. Quedamos afuera, sin identificación, sin
      involucrarnos. En este film de realización impecable –casi un ejercicio–, la
      historia resulta fragmentaria, sin la cohesión y el interés narrativo de
      La vida soñada de los ángeles, film que se detenía en la
      humanidad de sus personajes. Zonca presenta como caminos para los jóvenes rebeldes la
      autodestrucción, la violencia, el resignado sometimiento al sistema.
      Sugiere que, para esta juventud, no hay felicidad posible. Josefina Sartora     
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