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EL PEQUEÑO VAMPIRO
(The Little Vampire)

Estados Unidos, 2000


Dirigida por
Uli Edel, con Jonathan Lipnicki, Richard E. Grant, Jim Carter, Alice Krige, Pamela Gidley, Anna Popplewell.



Los vampiros han llenado (¿o chupado?) celuloide a diestra y siniestra. Un mito como este de monstruos que liban sangre y habitan en la oscuridad eterna ha sido la excusa perfecta para solapar erotismo, para mostrar la andanada capitalista y para personificar a modernos magnates inescrupulosos que manejan el mundo sin mirar hacia los costados. Por eso resulta interesante, amén de tanto murciélago dando vueltas, que este film pensado para chicos baraje y dé de nuevo: una historia sin altibajos, que logra entretener a los no tan chicos y que destila un humor sin desperdicio. En la que los vampiros son buenos y un mortal quiere convertirse en uno de ellos.

Tony (Jonathan Lipnicki) y sus padres Dottie (Pamela Gidley) y Bob (Tommy Hinkley) acaban de mudarse de la vertiginosa San Diego a una ciudad de Escocia que por lo lúgubre de sus historias –pese al bello verde de las campiñas– parece inhallable en los mapas. Allí Tony pasa sus días casi como un alienígena al que no se lo invitó a aterrizar. Sus compañeros en la escuela lo hostigan con peleas y es por eso que encuentra en la privacidad de su cuarto una nueva pasión que lo tiene ocupado –además de jugar al golf con su padre–: saber acerca de los vampiros. Dibuja extraños medallones, lee a rabiar y hasta se pega colmillos de papel y juega a ser el príncipe de las tinieblas. Sin otros amigos que sus vampíricas fantasías, encuentra finalmente un compañero nocturno que entra por la ventana escapando del joven villano Rookery, que lo persigue con su jeep recargado de reflectores, lanza-estacas y ristras de ajos. Se trata de un niño-vampiro llamado Rudolph (Rollo Weeks), que le enseñará a nuestro chico la ciudad desde lo alto y adoptará el baúl de Tony como cama, o ataúd provisional.

Los padres de Tony alternan galas de negocios, matchs de golf y una vida social acorde con las invitaciones de Lord McAshton (John Wood), el jefe de Bob y padre de los niñitos molestos que viven para burlarse del lúdico Tony. Todo tomará color cuando Tony conozca a la familia de Rudolph, el único clan de vampiros perdidos en el tiempo, integrado por unos padres excéntricos, un hijo punk y desgarbado y una hija oscura y deliciosa, que vive recitando poemas lúgubres. Para recuperar la condición humana estos seres que sólo se alimentan con sangre de vaca tienen que recuperar la mitad de un amuleto que fue escondido por la amante de Von, el tío de Rudolph, al que conocimos en un flashback de época, donde eran perseguidos por un batallón inquisitorio, justo a punto de unir ambas partes del medallón y de apuntarlas hacia el cielo a la luz de un cometa que pasa cerca de la luna cada 300 años.

Tony tomará parte en esta empresa, lo que incluye conseguirles vacas a sus extraños amigos para que se las beban... ¡y las conviertan en vampiros! Y escapar del villano de Rookery que trabaja a las órdenes del magnate de McAshton, íntimamente interesado en que desaparezcan estas criaturas voladoras.

Basada en personajes creados por Angela Sommer-Bodenburg, la autora de las novelas de El Pequeño Vampiro, archivendidas en Estados Unidos, El pequeño vampiro resulta de una impecable factura visual y argumental. Con guion de Larry Wilson (Beetlejuice) y Karey Kirkpatrick (Pollitos en fuga), la historia es redonda y divertida, y también bien maniobrada por Uli Edel (El cuerpo de la evidencia), su director, que debuta en una película infantil contenido por un equipo de primera que incluye créditos de lujo tanto en vestuario como efectos especiales. Por el lado actoral, el pequeño Jonathan Lipnicki, a través de cuyos ojos vemos esta oscura y a la vez optimista historia, cumple su labor con sabiduría y justicia.

Karina Noriega     


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