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    De un tiempo a 
    esta parte la proliferación de escuelas de cine y su consecuente producción 
    de cineastas, la accesibilidad a las cámaras digitales, el abaratamiento de 
    costos que supone la filmación de un documental, entre otras cuestiones 
    (denuncias, búsqueda de verdades –supuestamente– más objetivas, ruptura de 
    fronteras claras entre ficción y realidad), generaron una ola documentalista 
    que no hace más que proyectar sobre la Argentina una tendencia mundial, peor 
    o mejor representada, pero siempre en el tapete de lo novedoso y original 
    como surge de observar la oferta de los festivales y ahora del cine 
    comercial (Michael Moore mediante). Sin ir más lejos, Los rubios y 
    Yo no sé qué me han hecho tus ojos se constituyeron con sobradas 
    razones, junto a Nadar solo y Tan de repente, en lo mejor de 
    nuestra producción cinematográfica 2003.
 
    
    Las mentiras, los engaños, los borramientos, los ocultamientos, las 
    desapariciones que durante los '70 y principios de los '80 inició el aparato 
    represivo del Estado bajo el último gobierno de Perón, y llevó a su clímax 
    la posterior dictadura implantada en el país por las fuerzas armadas, son el 
    terreno fértil sobre el que hoy, casi treinta años después, se asienta 
    temáticamente, explícita o implícitamente, una buena parte de la filmografía 
    nacional. 
    
    Los perros 
    se inscribe en esta línea y da cuenta en primera persona del pasado de un 
    taxista del Gran Buenos Aires llamado Angel "Poroto" Gutiérrez: su infancia 
    en un pueblito de Santiago del Estero; su posterior vida itinerante, que 
    primero o encuentra indiferente y descomprometido, luego militante político 
    y, más tarde, integrante de la organización armada clandestina Ejército 
    Revolucionario del Pueblo (ERP). Un tema que, desarrollado, nos retrotrae en 
    el tiempo hasta el onganiato y el Cordobazo, piedra basal de la constitución 
    organizada de muchas de las agrupaciones populares (la Resistencia 
    Peronista, entre otras) que desde las sombras desestabilizaban a las 
    dictaduras gobernantes y bregaban –muchas de ellas– por el regreso de Perón 
    que, desde España, las incitaba a provocar el caos, en una especie de 
    círculo vicioso del que sólo el General supo sacar provecho. 
    
    El director de Los perros Adrián Jaime sabe que el público actual es 
    un bicho eminentemente visual. Su trabajo formal se trasluce entonces en una 
    mixtura interesante que va desde la animación computarizada hasta la música 
    de modernos aires tangueros, pasando por el uso de la voz en off sobre 
    imágenes que, sólo en la superficie, nada tienen que ver con lo que se dice 
    y muestran la actualidad del trabajo en los montes, las casas humildísimas, 
    las calles de tierra, en suma, la vida en el interior olvidado. Pero quizá 
    lo más destacable sea el efecto logrado en las imágenes actuales, que 
    –trabajo de edición y (de)coloración de por medio– se funden con las del 
    pasado borroneando límites temporales, y postulando una perturbadora 
    continuidad histórica que es toda una posición política... y una manera 
    de resolver, o de superar, la eterna antinomia forma/contenido. No hay ayer 
    ni hoy. El levantamiento de diciembre de 2001 y el Cordobazo son la misma 
    lucha. Las marchas de Abuelas, Madres e Hijos se tornan ya de un sepia, ya 
    de un azulado, que semeja al de las imágenes de las manifestaciones 
    sesentistas. El proceso histórico es un continuum. 
    
    El material de archivo sorprende y denota un trabajo de búsqueda exhaustivo: 
    los dichos del jefe de policía en Córdoba posteriores al alzamiento popular, 
    la llegada a Ezeiza de los presos políticos amnistiados en el '73, el 
    "Operativo Independencia” en Tucumán del '75 son testimonios claves de los 
    discursos que atraviesan la Historia y el adoctrinamiento popular a través 
    de los mass media. 
    Si debemos 
    agradecer la mostración –con sutileza y nobles recursos– de la vida 
    cotidiana y el camino recorrido por un hombre común en su toma de 
    conciencia, también debemos reconocer que el film presenta un par de 
    defectos centrales. Quizá por temor a caer en didactismos o subrayadas 
    bajadas de línea, el documental abusa de sobreentendidos y supuestos. Si 
    la complejidad del proceso histórico abarcado no se resuelve en iluminadas 
    frases de vanguardias esclarecidas que portan la verdad única e inobjetable 
    y las puestas en escena dan cuenta de ello, varias veces, en la tensión que 
    provoca el discurso del militante y las palabras de sus paisanos o el 
    silencio del hijo que necesita saber de su padre asesinado al que no 
    conoció, intriga la desconfianza respecto del acto de enunciar. No 
    hubiese estado de más aclarar, por ejemplo, las líneas internas que se 
    disputaron espacios de poder en la Argentina de aquellos años, la decisión 
    de muchos grupos de pasar a la lucha armada y la clandestinidad, los 
    distintos enfrentamientos ideológicos que se manifestaron en el interior de 
    la izquierda. Esto no queda saldado por la diversidad de testimonios ni por 
    la saturación de nombres (Santucho, el negro Fernández, el gringo Menna, el 
    negro Santillán) y siglas (FRIP, FAL, FAR-Montoneros, PRT-ERP) que salvo 
    para "iniciados" poco dicen al común de la gente, ni por echar mano al lugar 
    común del imaginario colectivo (la escena que muestra las conocidas imágenes 
    del Che muerto en Bolivia mientras nuestro protagonista entona una canción 
    militante). Forzar a sentir es tan peligroso como pretender que se razone 
    sin las herramientas críticas necesarias, y con un material desguazado y en 
    hilachas. 
    
    Además, el hilo que nos parece guiar a través de la película, Gutiérrez, se 
    pierde en determinado momento sin un porqué, lo que nos autoriza a a 
    sospechar un problema de montaje de último momento o la ausencia o partida 
    inesperada de este "actor" al que su valor funcional había convertido en una 
    pieza fundamental de la trama. Error narrativo que empaña, lamentablemente, 
    cualquier intencionalidad ética. Sin ir más lejos el mismo título, Los 
    perros, presupone un saber extradiegético (así eran denominados los 
    militantes del PRT-ERP) que no todos poseen. 
    
    Hay un latiguillo, una muletilla que puebla constantemente el habla de 
    Gutiérrez y nos acompaña durante buena parte de los 80 minutos de la 
    proyección y es: "¿viste?". Una fórmula discursiva que actúa como soporte 
    para anudar las frases, para abarcar todo lo que no se sabe decir de otra 
    manera o para conseguir la complicidad inconsciente del interlocutor. Los 
    perros tiene demasiados "¿viste?", y es una pena porque esos muertos 
    merecen recuperar la dignidad que les ha sido arrebatada y los 
    sobrevivientes abandonar el lugar de culpa y vergüenza que les ha sido dado. 
    Posiciones, metodologías y discursividades que la derecha más reaccionaria 
    creó y naturalizó, la mayoría silenciosa sostiene sin hacerse cargo y la 
    izquierda, todavía, no sabe cómo abordar para abrir el debate a un mundo 
    que, de movida, se niega a ver. Javier Luzi 
          
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