La comedia cinematográfica de
      narrativa simple, clásica desde este punto de vista, nos hace acordar a
      su precursor de las tablas: Molière. La idea de una comedia de Molière,
      como la de la famosa El médico a palos, causa gracia de sólo
      contarla. Lo mismo pasa con Ladrones de medio pelo, de Woody Allen
      (se puede contar en una línea y es mucho mejor que la película), y con
      este film de Francis Veber, director de la reciente La cena de los
      tontos, e inspirador, ya como guionista o director, de varias remakes
      hollywoodenses entre las que se cuenta la de su film La jaula de las
      locas.
      Existe un problema con este tipo de argumentos simples, poco
      ambiguos: su premisa termina aburriendo, el desarrollo se estanca y la
      idea se pierde en su propio, minúsculo laberinto. Si como en esta
      película, el protagonista aburre a la esposa, después al hijo y acaba
      cansando a sus empleadores, habrá que ocuparse de esconder con mucho
      cuidado los hilos de la trama, algo que este tipo de comedias,
      especialmente si son americanas (no es el caso), no suelen conseguir.
      Aviso.
      La pregunta es: ¿simularías ser gay para conservar tu trabajo?
      François (Daniel Auteuil) sabe que está en la lista de futuros
      despedidos. No es tan tonto como su rival Felix (Gerard Depardieu) cree, y
      cuando su vecino Belone (Michel Aumont) le propone un destape, se
      deja convencer. El razonamiento de Belone, un psicólogo corporativo
      retirado, es el siguiente: la compañía tratará de evitar a toda costa
      que la acusen de homofóbica. Pronto circulan en la oficina fotos que
      comprometen a François con un hombre; de ahí en más el empleado
      tristón se convierte en un personaje atractivo, revalorado hasta por su
      hijo. Si bien la continuidad en su trabajo está asegurada, tendrá que
      enfrentar las reacciones de los colegas ante su exitosa impostura.
      Las actuaciones de Auteuil y Depardieu son correctas, el plato fuerte
      tal vez, especialmente por el lado del primero. Y Depardieu agrada en el
      rol de un compañero de trabajo homofóbico y racista, que para quedar
      bien con sus colegas debe reprimir sus instintos.
      La puesta en escena de Veber se concentra en los entretelones del
      trabajo de oficina, donde las personas susurran las estrategias para
      enfrentar el día. Desde el artificio de la trama, Veber muestra otro
      artificio, el de las personalidades.
      Cabría preguntarse si no es poco noble centrar el humor en el tema
      homosexual: viene con una plusvalía de risa fácil e invalida, por
      las peripecias que la comedia demanda, cualquier desarrollo profundo.
      Quienes busquen una comedia liviana (sólo unos cuantos años atrás
      hubiera podido escandalizar a alguien), esencialmente puritana, algo
      graciosa, pueden asomarse. Si los objetivos son la franqueza y hondura
      "representativas" del cine francés, mejor será visitar el
      videoclub.