| Estamos en el año 2050 y la Tierra
      agoniza. Hace falta encontrar un nuevo hogar, y para tal fin la comunidad
      científica creó el Proyecto Terraforming, que consiste básicamente en
      la plantación de algas productoras de oxígeno en Marte, para así crear
      un entorno propicio para la vida humana en el planeta rojo. Pero... hay
      algo que salió mal, muy mal. Por eso, un grupo de seis aeronavegantes es
      enviado a investigar y solucionar el misterio en cuestión. Tenemos pues a
      la valiente comandante Bowman (Carrie-Ann Moss), al diestro copiloto
      Santen (Benjamin Bratt), al infaltable técnico y reparador Gallagher (Val
      Kilmer), al ex-científico y ahora filósofo Chantillas (Terence Stamp), y
      a dos civiles: el Dr. Burchenal (Tom Sizemore) y Pettengil (Simon Baker).
      Al llegar a Marte, el equipo sobrevive al aterrizaje de emergencia que
      deja a cinco de ellos muy mal parados en la superficie del planeta
      prometido, mientras que la comandante queda en la aeronave y guía desde
      allí los movimientos. Lo que el grupo de los cinco no imagina es que
      Marte bien puede ser un planeta estéril, pero no necesariamente
      "deshabitado". Tal como reza el slogan del film: "ni un
      sonido, ni una advertencia, ni una chance, no estás solo".
 No es casual que este slogan
      recuerde al de Alien (1979): "En el Espacio nadie te oye
      gritar". En parte, porque Planeta Rojo ofrece en su primer
      tramo claras similitudes con el muy efectivo e ingenioso film de Ridley
      Scott (como también las tiene con la saga Star Trek, entre tantos
      otros referentes). Pero todo lo que en Alien estaba más que bien
      resuelto, aquí en Planeta Rojo quedó sin resolver. La lista de
      problemas que presenta esta película agotaría a cualquier lector.
      Apuntaremos sólo algunos de ellos. Para empezar, aquí no hay
      construcción ni desarrollo de personajes verosímiles –como sí
      ocurría en Alien- sino un refrito de estereotipos gastados que ya
      ni causan gracia, pese a que la mayor parte de las líneas de diálogo que
      los pobres actores tienen que escupir son risibles. Ejemplo 1: "Me
      dí cuenta de que la ciencia no podía responder ninguna de las preguntas
      relevantes. Por eso, desde entonces, me dediqué a la filiosofía para
      encontrar a Dios", dice Terence Stamp en tono solemne. Más allá del
      patetismo de la frase, Stamp (excelente actor sin duda) está
      desperdiciado, inexistente, sólo es usado para repetir este discurso un
      par de veces y luego desaparece del film. Ejemplo 2: un miembro de la
      tripulación le dice a otro: "Eres sorprendente. Tu vida está a
      punto de llegar a su fin y tú aún no puedes aceptar el fracaso".
      Existencialismo a lo Billiken (o Anteojito, gustos son gustos). Si los
      personajes no son creíbles, poco puede uno preocuparse por ellos. Y peor
      aun: ¿cuál puede ser la mejor forma de aniquilar el misterio y el
      suspenso que una historia como esta pedía a gritos? Explicar, una y otra
      vez, por qué ocurren todas las anormalidades que los aeronavegantes
      enfrentan en Marte. Ejemplo 3: súbitamente aparecen unas cucarachas
      marcianas –raras si las hay– cuya naturaleza es explicada, y su
      misterio destruido, en un par de minutos por uno de los protagonistas.
      Cada uno de los episodios que podían generar inquietud en la platea
      resulta neutralizado por la verbalización. Exactamente al revés que en Alien,
      donde lo inexplicable y lo fantástico permanecía en el terreno de la
      duda y la incertidumbre. Al final de cuentas, Planeta Rojo
      se perfila como un manual científico pedestre acerca del por qué del
      caos, de cómo anticiparse a los peligros y superarlos. ¿Será por eso
      que es un film tan, pero tan aburrido? Pablo Suárez     
     |