Digámoslo de entrada: Planta 4ª no es una gran película ni de esas
que quedarán en la Historia. Pero transmite algo que la hace digna y sincera
en su realización.
De alguna
manera una obra de arte siempre tiene relación con lo catártico. Esto no
garantiza calidad. Y sin mediación alguna
–que
a veces tiene que ver con el tiempo transcurrido, otras con la distancia
reflexiva de la que está dotado el creador, pero siempre con el arte (que no
es la vida)–
difícilmente
sea algo más que un vómito que será mejor ocultar a los demás. Planta 4ª
está basada en la obra teatral "Los pelones" (pelón: dícese de aquel pelado
o rapado al ras), que desarrolla las situaciones reales que atravesó su
autor Albert Espinosa (coguionista del film que nos ocupa junto al director
Antonio Mercero).
La planta
cuarta es el piso de traumatología de un hospital donde transcurren sus días
aquellos que padecen cáncer (o esperan su diagnóstico) y han sufrido
amputaciones, sobrellevan tratamientos de quimio o intentan
rehabilitarse, pero sobretodo viven.
Ante semejante
panorama uno supone que los golpes bajos o el melodrama insoportable
inundarán la pantalla, y que las lágrimas
–si
uno tiene un ápice de humanidad–
no aflojarán durante los 100 minutos del metraje. Y aunque no evita esos
momentos emotivos que apuntan directo al corazón, hay que destacar
que la película está teñida de un humor (negro) que, cuanto menos, asombra,
logrando distinguirla de sus símiles hollywoodenses, aunque maneje sus
mismas tipologías.
Los enfermos
son adolescentes con deseos, fuerza, celos, ganas, amores, espíritu de
grupo, hambre de triunfo, y nada de eso se deja de lado o se pule en la
narración para derrapar en el manual de autoayuda o en la historia de vida y
superación previsible. Ahí están, como prueba, las escenas del reto a duelo
que deviene en destructiva carrera en sillas de ruedas, o las de las pesas
de las que se cuelga algún personaje que busca venganza y deja el muñón de
otro elevado más allá de lo que la corrección política imperante permitiría.
Un grupo
protagónico de lucida intervención (la mayoría sin experiencia actoral)
asume los roles estereotípicos y necesarios para hacer avanzar la trama
hacia diferentes situaciones (el primer amor de Dani; Jorge y el temor ante
el resultado de su análisis; el resentimiento de Miguel Angel con su padre;
el componedor Izan, recolector y especie de narrador de estas historias),
pero no abandona jamás ni la ironía ni las burlas, ni ninguna de las
características de los jóvenes de su edad.
Más allá de la
comercial intervención del grupo español de moda Estopa en un cierre
musical de fiesta (que si bien se viene anunciando, a lo largo de la trama,
en varios momentos como gag, resulta demasiado casual), no existen
forzados finales felices para nadie en este film. Entramos in media res
en este hospital para irnos con historias que, en general, no acaban. Hay
quien se muere, quien se alegra de no estar enfermo ante quien sí lo está,
quien sigue luchando, y lo rescatable es la decisión asumida de no tratar a
los enfermos terminales como víctimas o pobrecitos para con quienes
sólo se puede tener conmiseración, lástima o compasión. Sentimientos
terribles que (mal) hablan más de quien los siente que de quien los recibe.
Hasta la escena del médico malo resulta con su violencia verbal algo
no esperable y que permite reflexionar sobre métodos, actitudes, humanidad y
buenos sentimientos.
A pesar de
su nula innovación formal y del humor un poquitín televisivo a tono con
tantas pandillas juveniles que hemos padecido, Planta 4ª entrega vida
en dosis generosas, con un tema duro y sin ofrecer falsas esperanzas.
Javier Luzi
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