Quiso el destino que ese muy buen actor que es el austríaco Jeroen Krabbé (El cuarto
hombre) debutase como director con una fábula acaso bienintencionada, pero
rutinaria, endeble, irremediablemente falsa. Por amor vuelve sobre un limón al
que el cine norteamericano le exprimió hasta la última gota: los judíos ortodoxos. O
más concretamente, las temporadas enriquecedoras que, sin buscarlo, un individuo
"común y corriente" (vale decir, no sometido a los preceptos de ninguna secta)
pasa entre los miembros de alguna de esas colectividades, cuyo pasaje a la pantalla
siempre estuvo presidido por brutales operaciones de travestismo artístico. Un
extraño entre nosotros (acaso la más reciente) ponía a Melanie Griffith entre los
jasídicos de Brooklyn, cuya simpatía nula al comienzo iba previsiblemente en
aumento con el correr de los minutos. Allí, como aquí, la varita mágica del
despropósito hizo aparecer a los atavismos como pintoresquismos, disfrazó a las
negaciones de tradiciones e hizo pasar por razones a los prejuicios. Claro que en el film
de Lumet "lo jasídico" estaba inserto en el formato de un thriller (digámoslo:
lo decoraba) y algo parecido sucedía en Testigo en peligro, aunque con
resultados mucho más interesantes (y con la secta amish en lugar de los jasídicos). Pero
acá no hay thriller. Y la "operación", muy al desnudo, se mueve con la
aparatosidad de un elefante.
Ahí está Chaja (Laura Fraser,
prometedora), una veinteañera algo ingenua, muy bonita y entusiasta que se conchaba como
niñera de un matrimonio jasídico (con varios niños). La historia transcurre en Antwerp,
Bélgica, a comienzos de la década del '70. Naturalmente, lo primero que le pregunta la
señora Kalman a Chaja es si es judía. ¡Menos mal que sí! ¿Qué hubiera pasado con el
"mensaje" de Por amor si esta buena señora se hubiera visto obligada a
cerrarle la puerta en la cara por ser cristiana, atea o musulmana? Acto seguido la patrona
saca a relucir el primero de una larga lista de mandamientos para reprocharle a Chaja el
uso de pantalones. La muchacha se indigna como cualquiera... pero se aplaca como ninguna
ante la primera respuesta (poco menos que ridícula) de la mujer. Es el primero de muchos
intercambios similares, en los que los sectarios llevan invariablemente las de
ganar. El más flagrante llega con el clímax, en que se enfrentan niñera y jefe de
familia (el propio Krabbé). Chaja está furiosa por las rigideces con que el señor
Kalman mortifica al más pequeño de sus hijos (y en segunda instancia, a ella: lo primero
que había hecho fue tratarla de puta por llevar minifalda). Hete que el cavernario se
limita a mostrarle a Chaja una vieja foto familiar: ahí está él, de pequeñito, junto a
sus padres, luego muertos cuenta a manos de los nazis. Como si el Holocausto
justificara la barbarie de los ortodoxos... ¡contra los que no lo son! Por
supuesto que Chaja agacha la cabeza convencida, pega media vuelta y se va. Es momento de
decir que la señora Kalman obtiene de Isabella Rossellini (más parecida que nunca a su
mamá Ingrid Bergman) una composición excepcional. Tanto que, pese al contexto, conmueve.
Por si hiciera falta, los papás de
Chaja (Marianne Sägebrecht, la de Bagdad Cafe, y el ilustre Maximilian Schell)
protagonizan una subtrama que tiende a reforzar metáforas y moralejas. El representa
"la memoria": se obsesiona por recuperar ciertas maletas que enterró en algún
lugar para preservarlas de las garras alemanas. Ella representa "el olvido": se
la pasa cocinando tortas.
Hay un vecino (el actor israelí Chaim
Topol) que es muy sabio, cariñoso... y suele entretener a Chaja... con aforismos... ¡filojasídicos!
El más pequeño de los Kalman es un hallazgo. Simcha (Adam Monty) es tan tierno y dulce
que al mirarlo uno se encariña casi tanto como Chaja, y hasta le perdona a Krabbé la
excesiva amortización de los rasgos y gestos del gurrumín. Simcha tiene cinco años pero
todavía no articula palabra (algo después se animará con unos cuacs que
constituyen lo mejor del film). Su ternura y su mutismo hacen que Chaja se guarde varias
veces la "renuncia" en el bolsillo para continuar allí (y no sólo de niñera
sino de empleada doméstica multipropósito). Ella dice que Simcha es su
"novio". Pero lo cierto es que a su novio verdadero lo abandona a poco de
empezar esta aventura. Y no es para menos. Se trata de un jovencito que se declara
"revolucionario" y "marxista" pero está tan caricaturizado como los
jasídicos. Sólo que en sentido inverso. Hacia abajo. Como para contrastar.
Guillermo Ravaschino
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