Poseídos empieza bien "arriba", y se mantiene allí durante largo rato.
El criminal Edgar Reese es ejecutado con una dosis letal de gas, y muere profiriendo toda
clase de amenazas hacia el policía que lo capturó. Este no es otro que Denzel Washington
en el pellejo de John Hobbes, seguramente el mejor de los muchos detectives de policía
que nutren su currículum. Lo que resta es saber si se cumplen, y hasta qué punto, las
amenazas de Edgar Reese.
El film de Gregory Hoblit (La verdad desnuda)
encarna una opción que viene seduciendo a los grandes estudios: filmar de acuerdo con
viejas fórmulas en este caso la del policía que pasa de perseguidor a
perseguido remozándolas ligeramente. La mente del detective empieza a acusar recibo
de las profecías cuando nuevos, tremendos crímenes sacuden a la ciudad, todos ejecutados
en el estilo de Reese, y entre la sangre desparramada aparecen extraños mensajes que
parecen escritos por el difunto. A su debido tiempo, el propio Hobbes aparecerá como
sospechoso de los asesinatos, víctima de una urdimbre que no alcanza a desentrañar. La
novedad no esta dada por la presencia del Diablo, que prontamente asoma su investidura
para hacerse responsable del sufrimiento de Hobbes, sino por el modus operandi del
Maléfico.
En efecto, aquí Satanás opera por contacto.
Usurpa el cuerpo de un ciudadano, hasta que éste, al tocar a otro, se lo transfiere.
Hasta que el nuevo usurpado contacta a otro... Esto rota las caras de los oponentes de
Hobbes, que terminan conformando una galería que sugiere más eficazmente que otras
veces que el Diablo puede habitar en cualquier mortal. Es gracioso ver cómo muchos
de ellos entonan "Time is on my Side" (el tema de Jerry Ragoboy que hicieron
famoso los Rolling Stones) como un canto de batalla que va taladrando los sesos del
policía. Menos graciosas son las inconsistencias de la trama: Gretta Milano, hija de un
policía que padeció lo que aqueja a Hobbes, introduce en el relato la mística de los
ángeles, tan de moda entre ciertos estratos de la clase media norteamericana. "¡No
me vengas con eso!", le espeta Hobbes, como si expresara la reacción del público
ante semejante giro.
En este punto el film empieza a ser poseído por
el empantanamiento: frágiles especulaciones en torno de las batallas entre querubines y
demonios, pronosticables encarnaciones del Mal que estiran las cosas más allá de las dos
horas de proyección. Y el desempeño cada vez más previsible de Satanás, que mandará
propiamente al Diablo los saludables climas del comienzo.