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POSEIDOS
(Fallen)

Estados Unidos, 1997


Dirigida por
Gregory Hoblit, con Denzel Washington, John Goodman, Donald Sutherland, James Gandolfini.



Poseídos empieza bien "arriba", y se mantiene allí durante largo rato. El criminal Edgar Reese es ejecutado con una dosis letal de gas, y muere profiriendo toda clase de amenazas hacia el policía que lo capturó. Este no es otro que Denzel Washington en el pellejo de John Hobbes, seguramente el mejor de los muchos detectives de policía que nutren su currículum. Lo que resta es saber si se cumplen, y hasta qué punto, las amenazas de Edgar Reese.

El film de Gregory Hoblit (La verdad desnuda) encarna una opción que viene seduciendo a los grandes estudios: filmar de acuerdo con viejas fórmulas –en este caso la del policía que pasa de perseguidor a perseguido– remozándolas ligeramente. La mente del detective empieza a acusar recibo de las profecías cuando nuevos, tremendos crímenes sacuden a la ciudad, todos ejecutados en el estilo de Reese, y entre la sangre desparramada aparecen extraños mensajes que parecen escritos por el difunto. A su debido tiempo, el propio Hobbes aparecerá como sospechoso de los asesinatos, víctima de una urdimbre que no alcanza a desentrañar. La novedad no esta dada por la presencia del Diablo, que prontamente asoma su investidura para hacerse responsable del sufrimiento de Hobbes, sino por el modus operandi del Maléfico.

En efecto, aquí Satanás opera por contacto. Usurpa el cuerpo de un ciudadano, hasta que éste, al tocar a otro, se lo transfiere. Hasta que el nuevo usurpado contacta a otro... Esto rota las caras de los oponentes de Hobbes, que terminan conformando una galería que sugiere –más eficazmente que otras veces– que el Diablo puede habitar en cualquier mortal. Es gracioso ver cómo muchos de ellos entonan "Time is on my Side" (el tema de Jerry Ragoboy que hicieron famoso los Rolling Stones) como un canto de batalla que va taladrando los sesos del policía. Menos graciosas son las inconsistencias de la trama: Gretta Milano, hija de un policía que padeció lo que aqueja a Hobbes, introduce en el relato la mística de los ángeles, tan de moda entre ciertos estratos de la clase media norteamericana. "¡No me vengas con eso!", le espeta Hobbes, como si expresara la reacción del público ante semejante giro.

En este punto el film empieza a ser poseído por el empantanamiento: frágiles especulaciones en torno de las batallas entre querubines y demonios, pronosticables encarnaciones del Mal que estiran las cosas más allá de las dos horas de proyección. Y el desempeño cada vez más previsible de Satanás, que mandará propiamente al Diablo los saludables climas del comienzo.

Guillermo Ravaschino