En los afiches cinematograficos bien
realizados tendria que poder descubrirse la esencia de las películas. El
de Prefiero el rumor del mar muestra la imagen de un joven
solitario, sentado sobre la arena terrosa, mirando... escuchando el
océano. El tercer largometraje de Mimmo Calopresti (1955) confirma su
buena mano de guionista y su inclinación por los dramas intimos y
complejos. Esta es una película despojada de cualquier ostentación
técnica, discreta en lo formal, pero de sincero y noble contenido.
Todo el film es un larguísimo flashback que se abre y cierra
sobre Luigi, quien observa a su hijo postrado en una cama de hospital,
mientras intenta encontrar respuestas a lo sucedido.
Luigi (Silvio Orlando) es del Sur, pero gracias a la familia de su
esposa supo hacer fortuna como dirigente industrial del Norte, en Torino.
Durante una visita a su pueblo conoce a Rosario (Michele Raso), un
adolescente que tiene a su padre preso y a su madre asesinada por la
mafia; entonces, sin miramientos, decide ayudarlo. Asi lo invita a un
hogar comunitario que dirige un amigo suyo, el progresista cura don
Lorenzo (interpretado por el director). Para Rosario, la integración a
ese nuevo ambiente implicará sobrecargarse de trabajo y estudio. Su
silencio y apatía esconden una bronca muy grande, que no se permite
expresar y que sólo parece aflorar cuando sopla el trombón.
Luigi le presenta a su hijo Mateo (Paolo Cirio) con la intención de
que se hagan amigos. Calopresti eligió la relación de estos dos
adolescentes para mostrar la brecha socioeconómica que parte en dos a
Italia: un Norte productivo y próspero; un Sur pobre, sin perspectivas de
crecimiento.
Mateo es un adolescente consentido, que no disfruta ni valora todo lo
que tiene y que camina siempre con la cabeza gacha. Su refugio, como el de
su madre, es la pintura. A pesar de las diferencias de clases, entre Mateo
y Rosario crece una amistad. Por su parte, Luigi no es feliz, y ni
siquiera la alegria de su amante (Fabrizia Sacchi) logra borrar la
insatisfacción constante de su rostro. Tampoco lo ayuda el descubrimiento
de que la fortuna que administra, ahora investigada por la Justicia, tiene
su origen en las actividades turbias de su cuñado. Al mismo tiempo entra
en conflicto con Rosario, quien será como un cristal en el que se
refractan las partes de su persona que desearía no ver.
Al cabo de muchos primeros planos y delicados movimientos de cámara,
el director va revelando los sutiles cambios que vive cada uno de los
protagonistas. Calopresti aprovecha el motivo de fin de año,
siempre propicio para que las sensaciones y los sentimientos se aceleren y
hasta se atropellen, para que estalle el drama.
Los jóvenes debutantes Michele Raso y Paolo Cirio, como así el
veterano Silvio Orlando, brindan espléndidas actuaciones, que consiguen
que el espectador se identifique con esas criaturas de lastimada
introspección.