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PRUEBA DE VIDA
(Proof Of Life)

Estados Unidos, 2000


Dirigida por Taylor Hackford, con Meg Ryan, Russell Crowe, David Morse, Pamela Reed, David Caruso, Anthony Heald.



El cine de acción ha debido adecuarse y ponerse al día con los cambios que se han producido en el mercado globalizado. Prueba de vida –una película de acción pero también un drama y un film político– narra la historia del secuestro de un ingeniero yanqui en un país sudamericano, y los intentos por rescatarlo de su cautiverio. La novedad es que las operaciones que antes estaban a cargo de fuerzas especiales del gobierno, la CIA, la Interpol u otros grupos de tareas más o menos oficiales, son ejecutadas en este caso por un grupo de rescate que trabaja para las compañías de seguros. Las misiones especiales se han privatizado, y los que antes eran llamados mercenarios son ahora eficientes ejecutivos –algunos, ex militares– que hasta sueñan con independizarse y tener su propia empresa. El gobierno de los Estados Unidos parece curado de espanto por fracasos anteriores, y se mantiene al margen de toda la operación, no quiere saber nada de sus ciudadanos, y ni siquiera recibe a la familia para darle consuelo. Taylor Hackford (Eclipse total, Pensamientos mortales) dirigió esta historia basada en una nota periodística sobre un caso real ocurrido en Colombia.

Pero veamos a los implicados: Peter Bowman (David Morse) es un ingeniero contratado por una firma de su país para construir una represa en una ficticia república sudamericana, que tiene el poco imaginativo nombre de Tecala. Debido a su trabajo, Peter ha viajado por el mundo acompañado de su mujer Alice (Meg Ryan) quien después de un reciente aborto ha quedado muy vulnerable y se cuestiona su presencia en Tecala junto a Peter. La pareja no tiene tiempo de profundizar su conflicto, porque Peter es secuestrado durante una batida que un grupo terrorista realiza en la ciudad, y desaparece por varios meses.

Y este es otro aspecto del aggiornamiento del cine de acción: el grupo armado, que en su origen fue marxista y/o revolucionario, hoy se dedica a actividades más lucrativas: el secuestro extorsivo y el negocio de la cocaína, cuyo tráfico ha llevado al país a ocupar el segundo puesto mundial, después de Colombia. Claro que toda esa actividad clandestina tiene sus ramificaciones en los círculos del poder.

Terry Thorne (el actor australiano Russell Crowe) es el especialista de la empresa Secuestro & Rescate, que envía la compañía de seguros. Acaba de resolver con su habitual eficiencia un rescate en Chechenia, y llega a cumplir esta nueva misión hasta que es súbitamente interrumpido: la Compañía que empleaba a Peter ha sido fundida y vendida, ya no existe y tampoco su seguro, lo que convierte al ingeniero en una doble víctima, ahora también del mercado salvaje, y queda librado a su propia suerte. Sin embargo, no olvidemos que está aquí Meg Ryan para introducir la nota romántica. Algo de su encanto ha resonado en Terry, para que éste regrese y siga adelante con la tarea inconclusa.

Una vez que el héroe se hace cargo de la operación de rescate, siguen unas lentas negociaciones con los secuestradores, con quienes no hay acuerdo en la suma de dinero que liberaría a Peter. Inevitablemente, la esposa también se siente atraída por el hombre, y la intimidad de esos meses abona el acercamiento. En paralelo, vemos la suerte que corre Peter, conducido por valles y montañas, selvas y ríos, cambiando de escondite, por lugares de imponente belleza, filmados en espectaculares espacios de Ecuador.

Agotadas las negociaciones, sobreviene la acción. La película tiene un ritmo muy irregular. Si bien los tiempos muertos de la espera son inevitables, todo sería más llevadero si durara media hora menos. En el final, recupera el pulso que había tenido la presentación, y que todos estuvimos (im)pacientemente esperando. El título, claro, refiere a la prueba que los secuestradores deben dar de que el rehén todavía respira.

Russell Crowe, el héroe del momento por su papel en Gladiador, demuestra ser un buen actor en la acción, pero a la hora del drama nunca llega al nivel de su performance en El informante. Otro tanto sucede con Meg Ryan: la diosa de la comedia romántica no da el tono en este género. Su actitud en los difíciles momentos de tensión no tiene la intensidad que el rol requiere, y su conflicto no parece tal. Con su cabello informal, su vestimenta habitual y estrenando una nueva boca de labios más carnosos, la añoramos en Nueva York luchando con su soltería. En la vida real, la pareja Crowe-Ryan ha movilizado a la prensa con un sonado romance surgido durante el rodaje de este film, pero en la ficción no parece producirse una verdadera alquimia entre ambos. Y la búsqueda conjunta del tercero del triángulo resulta inverosímil. No está mal David Morse, sin llegar a lucir el costado perverso del Bill que acabamos de ver en Bailarina en la oscuridad. Pero no notamos que los personajes cambien a pesar de un hecho tan traumático como el que viven.

Por fin, el aspecto político. Los guionistas son herederos del ideario macartista y reaganiano. No se trata sólo de la presentación de Tecala como típica república bananera: la ideología es absolutamente racista. Los latinoamericanos son de todo menos lindos o nobles: corruptos, tramposos, delatores, sucios, ineficientes frente a la habilidad y destreza de los anglosajones, sean éstos héroes o bajos negociantes. El nombre del contacto oculto entre la familia y los secuestradores es Marco, y no creo que su similitud con el del subcomandante mexicano sea casual. El grupo de rescate, por último, es un verdadero ejército, y su técnica y el paisaje recuerdan Vietnam: la selva, la extranjería, la hostilidad hacia los nativos nos dicen que aquellos tiempos no están idos.

Josefina Sartora     


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