| La maquinaria de 
    realizaciones argentinas está produciendo gran cantidad de películas nuevas, 
    dirigidas a un amplio público de gustos variados, de diversa calidad. En 
    este caso, la opera prima del hasta ahora productor y publicista Marcelo 
    Paván narra la historia de un neurocirujano que, en la primera escena, se 
    entera de que tiene un tumor en su propio cerebro. Sin analizar esa relación 
    casual o causal, el hombre decide partir en un viaje sin rumbo. Se lleva los 
    esquíes, pero en una vuelta del camino ve a una joven con una gran cicatriz 
    en su cabeza, y en un acto espontáneo, que nunca podremos explicar, se va 
    tras ella a una playa del Uruguay: Punta del Diablo. Allí, su destino se 
    cruzará con el de otros personajes que han elegido ese recóndito lugar para 
    pasar sus días. Esperan el verano, o quizá la muerte, como el protagonista.
 
    La mayor virtud del film es el tono contenido de la narración, y la cuidada 
    fotografía de Rolo Pulpeiro de ese mar y esas playas, que podrían haber sido 
    más aprovechados. Sus mayores problemas: la vaguedad de todo el asunto; el 
    hecho de que pretende ser un film de atmósferas, sin lograrlas; los tiempos 
    muertos que se convierten en literales (y esto dicho por quien ama los films 
    de tiempos muertos y de espera); la actuación afectada (Manuel Callau en una 
    performance muy pobre); los diálogos engolados y solemnes dignos del viejo 
    cine argentino (Axel Pauls dice sus líneas como quien evoca la Biblia); y 
    sobre todo, que cueste tanto comprender el sentido de esta película. Josefina Sartora      
    
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