El documentalista yanqui Robert Kramer se ha movido siempre en los
    márgenes: de formación marxista, sus documentales hechos en los Estados
    Unidos hablan contra los basamentos del sistema, y emigrado a Francia,
    filmó allí hasta su muerte reciente –en noviembre de 1999– sin
    cuidarse de hacerlo en francés, por lo que tampoco accedió a los circuitos
    comerciales. Hemos podido verlo actuar en El estado de las cosas, de
    Wim Wenders, en cuyo guión también colaboró.
    Kramer había estado en Vietnam en 1969, en plena guerra, con un grupo de
    compatriotas contrarios a la política oficial. En esa oportunidad filmó La
    guerra de un pueblo, documento antiimperialista fruto de su
    deslumbramiento por la desigual lucha de un pueblo.
    Veinticinco años después de esa guerra, Kramer vuelve a Vietnam a
    registrar el estado del país en los ‘90. Cámara al hombro, su mirada
    cubre la vida cotidiana de Hanoi y sus habitantes, en un documento en el que
    pasado y presente, memoria e ideales se cruzan, se encuentran, se
    complementan. Kramer elige como protagonistas de este film a los ex
    combatientes y trabajadores del Hanoi actual. En ellos está vivo el ideal
    de liberación, al que apelan permanentemente al recordar la guerra, y en la
    admirada evocación de Ho Chi Ming. Documental urbano, su cámara ojo se
    introduce en los lugares de trabajo, donde los vietnamitas transforman la
    materia. Allí, una fotografía estupenda, de imagen poética, plena de
    contenidos, sigue el rítmico serrar de una madera, la preparación de la
    pesada mezcla del barro para fabricar ladrillos, la elaboración de una
    comida, los gestos de un veterano en su descripción de un combate, las
    manos de quien fabrica zapatillas con viejas ruedas de autos, las
    declaraciones de una obrera de la construcción sobre su dura tarea. La
    imagen, líricamente expresiva, trasciende el documento.
    Pero el testimonio no se queda allí: en paralelo con las imágenes del
    pueblo vietnamita, Kramer presenta las conmovidas declaraciones, en
    primerísimo plano, de Linda Evans, como él activista estadounidense,
    condenada a 40 años de prisión por portar un arma. Ella es la cara oculta
    de la política de los Estados Unidos.