Frente a cierto cine
"observacional", la labor del crítico se vuelve difícil. O bien relata con
minuciosidad la película, glosando con palabras lo que el realizador dice
en imágenes... o bien intenta entender "qué quiso decir", y lo interpreta:
esta, por supuesto, es la labor de cualquier espectador (y de cualquier
cineasta, aunque a algunos les pese).
Intentemos una descripción:
La quimera de los héroes es el retrato de Eduardo Rossi, un ex
rugbier que ha creado en plena selva formoseña un equipo formado por
aborígenes, quienes han encontrado en este deporte tradicionalmente "blanco"
un incentivo para salir de la marginación. Pero Rossi es también un
admirador del mundo militar que quiere levantar un museo de la guerra en
medio de la selva, un hombre de ideas fascistas, un ferviente creyente en
esa tradición, familia y propiedad que intenta inculcar en los
aborígenes de un modo paternalista y autoritario.
Es esa doble cara la que
parece interesar al director Daniel Rosenfeld: no se trataría tanto de
deconstruir la figura de Rossi (que no tiene mayor profundidad...), sino de
mostrar (como si fuera una suerte de Dr. Jeckyll & Mr. Hyde) la
imposibilidad de escindir el bien del mal: una vez mas, el viejo "tema del
traidor y del héroe".
Esto, por supuesto, ya es una
interpretación. Pero como el film se llama La quimera de los héroes
uno infiere que esa interpretación está habilitada, aunque la película no
intente –para nada– imponer un sentido (y esa contradicción entre título
"cerrado" y estilo "abierto" es la misma que aqueja a las películas de
Lisandro Alonso, con las que La quimera... tiene mucho en común).
Como si no fuera lo suficientemente elocuente, el título se sobreimprime
sobre la figura de un héroe griego. Pero allí termina la relación, ya que si
bien el título hace referencia a la versión mítica del héroe como
quimera, la película no se plantea como una visión abiertamente crítica
de la figura del héroe.
(Abramos un paréntesis para
decir que esa crítica se ha vuelto un lugar común después de los diversos
fascismos que la humanidad soportó en el siglo XX. Tomando como blanco una
concepción cuya formulación moderna va de "Los héroes" de Carlyle hasta el
superhombre de Nietzsche, la crítica del héroe se resume en una
famosa frase de Brecht: "Desdichados los pueblos que necesitan héroes." Como
bien sabemos los argentinos, cualquier comunidad amenazada busca algún héroe
providencial (héroe que no puede sino construirse a sí mismo como figura
mesiánica: cuanto mas demencial el proyecto, mas grande el héroe...). Pero
el héroe se sostiene en la perdida de la individualidad y la libertad de
aquellos a quienes vendría a salvar.
La película parte entonces de
esta meditación sobre el tema del héroe, sobre cómo se construye un héroe.
Pero se podría decir que hace suya la visión equívoca del heroísmo que
cultiva su personaje: no hay nada heroico en Rossi (y no hace falta leer la
"Pedagogía del oprimido" de Paulo Freire para saber que la liberación
de los aborígenes no puede darse sometiéndose al "héroe"). Y no hay
ironía alguna en la película (ni en el título ni en sus 70 minutos de
metraje).
Es claro –y esta es la
apuesta implícita en La quimera...– que la distancia entre lo
glorioso y lo patético queda a juicio del espectador. Pero también es claro
que la película muestra cierta fascinación por el personaje (a pesar de su
distanciamiento emocional). Y no se trata de que reproduzca su ideario
fascista, sino de que no cuestiona ciertos lugares comunes en los que se
sustenta: por ejemplo, la idea del juego como batalla, que es un argumento
olímpico que ya utilizó el nazismo (y que ha sido usado hasta el
hartazgo por el cine dependiente norteamericano...).
De todos modos, esa premisa
tampoco se sostiene demasiado: el juego contra "Los Pumitas" es el objetivo
que motoriza la acción, pero la película no se construye dramáticamente
sobre ese fin (ni siquiera sabemos quién gana el partido, aunque lo
intuimos...). Tampoco los tobas tienen más entidad que la de ese "ejercito
de las sombras" que Rossi sueña comandar: funcionan como un simple personaje
secundario. Porque lo que interesa es el "personaje principal", su
carácter (no su psicología). Y todo, finalmente, termina siendo su
pálido reflejo: reflejo que nunca alcanza –ni tal vez pretenda– mayor
espesor, ya que el personaje no lo tiene.
Este no es un problema menor:
la película se construye sobre la figura y el discurso de Rossi
(protagonista excluyente de La quimera...); éste pretende ser un
personaje "épico"... pero la película no lo es. Y esa tensión –en la que se
juega todo– no tiene salida. Es por eso que el film no escapa al destino de
su personaje: empezamos viéndolo con mucho interés, pero pronto se nos hace
monótono, llano, superficial (y la película amenaza con convertirse en su
propia quimera...).
Alguna crítica europea
–siempre dispuesta al exotismo– ha afirmado que la vocación desmesurada del
personaje y la rudeza del entorno asemejan su empresa a la de un personaje
de Werner Herzog, pero la desmesura de la comparación no hace sino aumentar
el equívoco. Porque no es la "misión" de un blanco entre los aborígenes lo
que cuenta, sino el equívoco mismo: a este héroe –por perdido o equivocado
que esté– siempre lo salva la epopeya de la que se cree parte.
Con el aporte de la Jan
Vrijman Fund, Les Films d’Ici, Zentropa (la compañía de Lars Von Trier) y
–last but not least– el INCAA, Daniel Rosenfeld ha hecho una película
impecable en sus rubros técnicos, que no llega a obtener de su personaje la
riqueza que cualquier protagonista –héroe o villano– promete.
Nicolás Prividera
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