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PRIMER PLANORECOMIENDA

EL REGALO PROMETIDO
(Jingle All The Way)

Estados Unidos, 1996



Dirigida por Brian Levant, con Arnold Schwarzenegger, Sinbad, Phil Hartman, Rita Wilson, Jake Lloyd.



Contra todos los pronósticos, El regalo prometido, resultado de la alianza entre un realizador aniñado (Brian Levant, el de Los Picapiedras), un productor que se forjó dirigiendo a Mackaulay Culkin en sus fatigantes angelitos (Chris Columbus) y un grandote que ya había fracasado como animador de fiestas infantiles (Arnold Schwarzenegger, el de Un detective en el Kinder), demuestra que no todo está perdido para los niños –ni para los grandes– en materia de cine navideño.

En una introducción felizmente breve, El regalo prometido deja ver a Howard Langston (Schwarzenegger) como un padre bienintencionado, cuya adicción al trabajo le impide dedicarle el suficiente tiempo a su hijo de 8 años. El conflicto estalla a pocas horas de la Nochebuena, cuando Howard todavía no compró el regalo que le había prometido a Jamie: Turbo Man, el muñeco hipercodiciado por los chicos (todo rojo, mezcla de Buzz Lightyear –aquel héroe de Toy Story– con el hombre-cohete Rocketeer) y que está agotado en las jugueterías desde hace mucho tiempo. Lo que sigue es la carrera loca que emprende el padre para conseguir el juguete y, por supuesto, redimirse. La historia, siempre in crescendo, está narrada casi en tiempo real (un poco a la manera de Después de hora, aquella fábula nocturna de Martin Scorsese) y transforma a la desesperada búsqueda del muñequito en un espectáculo tan gracioso como exasperante.

Es probable que el espectador, fogueado en toda clase de subproductos navideños, presienta desde el vamos que Arnold acabará asumiendo el rol del inhallable Turbo Man para contento de su pequeñito. Pero El regalo prometido aprovecha esa certeza para postergar larga y sabiamente aquel momento y densifica, en tanto, las pequeñas historias y los jugosos personajes que jalonan la fallida, nunca resignada, búsqueda de Howard. Así aparecen dos perfectos contrapuntos del protagonista: Ted (Phil Hartman), el vecino que es opuesto a Howard por lo puntilloso (compró su Turbo Man varios meses atrás) y se vale de una insoportable simpatía para intentar desplazarlo de sus roles paternales y conyugales, y el cartero Myron (Sinbad, todo un astro en la TV del Norte), especie de alter ego negro –y proletario– de Howard. Igualmente distraído (también le falta un Turbo Man para ofrendar a su negrito), y con el que llegará a entablar un duelo, personal, "a muerte", por el escurridizo fetiche rojo.

Si en Ted brillan unos cuantos rasgos del formidable Ned Flanders de "Los Simpson" (cuyos sarcasmos sobre la tiranía del mercado parecen prolongarse aquí), Myron es una especie de comodín que entra y sale de la trama. Y comparte con otros personajes (una pandilla de papás Noel mafiosos, un molestísimo oficial de policía) la tarea de frustrar a Howard cada vez que se aproxima a su objetivo. Sin caer en la declamación, el relato crucifica a los grandes tótems del marketing orientado a los infantes. El valor de Turbo Man, edificado por ingentes campañas publicitarias televisivas, refleja un perverso juego de necesidad y culpa: produce deseo en los chicos y obliga a los padres a adquirir la mercancía... o pasar por los peores miserables. Las consecuencias de ese chantaje alumbran las escenas más desopilantes de El regalo prometido, que son de locura colectiva en torno de los grandes centros comerciales.

Entre los méritos de Brian Levant está el de haber notado que Schwarzenegger, a falta de notable actor, es el más grande physique du rôle que haya dado el cine de acción en mucho tiempo. No es el hombre ideal para actuar en el sentido convencional, pero sí para entrar en acción. No lo puso, pues, en el compromiso de dudosos histrionismos en los que ya había fracasado antes, sino en una situación de apuro. En la más acuciante, acelerada, exagerada situación de apuro que pudo imaginar, que es precisamente lo que Arnold necesita para funcionar. Y funcionó.

Guillermo Ravaschino