Reyes y
reina
narra las historias paralelas de una ex pareja: Nora, con un hijo de su
primer matrimonio y a punto de unirse a un hombre por tercera vez, descubre
que su padre sufre un cáncer terminal y le quedan pocos días de vida.
Ismaël, violinista fracasado y segunda pareja de Nora, se ve obligado a
internarse en un hospital psiquiátrico por pedido de terceros cuya identidad
no le ha sido revelada, mientras atraviesa una crisis económica cuyas
ramificaciones emocionales aún desconocemos. Del cruce de ambas historias se
nutre el relato. La de Nora (Emmanuelle Devos) vira cada vez más hacia el
melodrama, mientras que la de Ismaël (Mathieu Amalric) permanecerá mucho más
cerca de la comedia. El talento del director Arnaud Desplechin consiste en
desarrollar ambos géneros en contrapunto, provisto de un montaje vertiginoso
que corta filosamente, impidiéndole al espectador adoptar las convenciones
de uno o de otro.
A su vez, el
desarrollo de ambas co-tramas se complejiza más y más a medida que
avanzan los minutos, atravesando límites insospechados, tanto en la
psicología de los personajes y en las acciones y situaciones que movilizan
la trama, como en su dimensión espacio-temporal. Desplechin incorpora
recuerdos, sueños y secretos en el montaje interno del plano, juega con la
apariencia física de los personajes, el tamaño de los objetos y los formatos
de expresión artística –un libro autobiográfico, un video– para evitar que
los saltos temporales disuelvan la cercanía emocional del espectador
respecto de los personajes y la situación presente. En medio de semejante
híbrido sobrevuelan diversas referencias genéricas y culturales.
En el fondo, lo que
logra el cineasta es transitar el fino límite entre lo cómico y lo trágico,
exacerbando las características de ambos territorios sin privilegiar nunca
uno sobre el otro. Para ello resultan indispensables los aportes de un
elenco sin fisuras, con Devos y Amalric a la cabeza. Se podría objetar la
duración del film (exactamente dos horas y media), pero hay que admitir que
su extensión forma parte de la diversidad de recursos formales que le
permiten al realizador, mediante la exageración y combinación de
convenciones, trascender las reglas genéricas y sorprender (y desafiar)
constantemente a la platea.
A Desplechin se lo
menciona como uno de los directores más interesantes del actual cine
francés. Sin embargo, este es el primer estreno local de una de sus
películas… aunque el concepto de estreno se ha visto alterado
últimamente con películas que, como ésta, llegan a la pantalla grande de una
sala comprimidas en un DVD. El dilema es claro: sin esta modalidad de
estreno –mucho más económica–, es muy probable que Reyes y reina
hubiese corrido la misma suerte que el resto de la filmografía de este
director. Con su estreno en este formato (y en una sola sala, el Cosmos), se
sigue consolidando una modalidad que nos acostumbrará a ver muchas de las
películas más interesantes del cine actual en un nivel de calidad
notablemente inferior al que es posible y deseable.
Las privaciones son
claras: mientras escribo esta crítica recuerdo una excelente escena de
Reyes y reina en la cual Nora llora con su hermana por teléfono la
agonía de su padre. El personaje está sentado en el suelo, la cámara toma a
Emmanuelle Devos desde la altura a la que ella se encuentra, y el plano se
completa con una mesa con sillas, que por decisión formal del director se
nos presenta enorme, abarcando casi toda la pantalla. Nora siente la
inminente muerte de su padre y sufre una regresión emocional que la hace
volver a sentirse una pequeña niña indefensa, un hecho absolutamente inusual
en el comportamiento de su personaje, que el director resalta con esa
precisión en la puesta en escena.
Puedo describir
–sin otro freno que mis propias limitaciones– esta elección estética. Pero
no puedo escribir nada que tenga que ver con la paleta cromática del film.
La calidad del estreno no lo permite. Si Desplechin es tan hábil para
insuflarle poderío dramático a los colores tanto como a los objetos, nos
estamos perdiendo una buena parte de la calidad artística de la película;
está acotada su llegada –emocional y/o intelectual– al espectador. Si J.
Aumont y M. Marie en su "Análisis del Film" bramaban taxativamente en 1988
que “a Cleopatra, de Joseph L. Mankiewicz, hay que verla en cine de 70
mm”… hoy la situación parece haber empeorado notoriamente.
No se trata de levantar el dedo contra quienes estrenan así (¡al menos hay
quienes tienen interés en estrenar este cine!). Pero sí de no conformarnos
con esta modalidad, de demandar reglas que no sólo protejan a los cineastas
locales, sino también a los espectadores, permitiéndoles acceder a una mayor
diversidad de estrenos en las mismas condiciones de calidad.
Ramiro Villani
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