Una de las consecuencias del sistema democrático bipartidista que impera en
Estados Unidos es el movimiento político pendular que va del conservadurismo
y la apatía política hacia el liberalismo y el “compromiso” (luego, vuelve).
Esta oscilación, real o aparente, genera su eco en el cine de Hollywood,
produciendo un cuerpo de películas que se acercan o se alejan de esa
concepción de apatía o compromiso, como se pudo apreciar durante el gobierno
de George W. Bush y su declinación. De este modo, el cine bélico patriotero
y autocelebratorio de los primeros años de su administración (Fuimos
soldados, Pearl Harbor o La caída del halcón negro, la
película favorita del ex presidente) dio paso a uno más crítico y reflexivo,
como el díptico sobre el desembarco en Iwo Jima de Clint Eastwood, La
conspiración de Paul Haggis o Redacted de De Palma, aunque este
último en los márgenes (exteriores) de Hollywood. Lo mismo podría decirse de
los blockbusters de superhéroes testosterónicos y apolíticos como
Spiderman y su reverso, el complejo y ambiguo mundo de El caballero
de la noche. Sin embargo, es en las películas abiertamente críticas del
gobierno que las precedió y de la visión del mundo que éste proponía dónde
esa tendencia cíclica se hace más explícita, a tal punto que films como
Red de mentiras, Agente internacional o la que aquí nos concierne
Los secretos del poder podrían darnos un pantallazo del cine que
caracteriza a esta nueva oscilación que –a falta de mejor calificativo–
llamaremos “obamiana”.
Adaptación de una
exitosa miniserie de la BBC británica, Los secretos del poder narra
la investigación que lleva a cabo el veterano periodista del “Washington
Globe” Cal Macaffrey (Russell Crowe, notable) sobre un caso de doble
asesinato aparentemente rutinario que revela sus aristas más sombrías cuando
se lo vincula a la muerte de la amante del congresista Stephen Collins (Ben
Affleck). Collins está llevando a cabo una audiencia contra una oscura
corporación militar contratada para abastecer al ejército de ocupación en
Irak y acusada de operar mercenariamente. Asistido por la joven blogger
del “Washington Globe” Della Frye (Rachel McAdams) y presionado por la
editora del diario (Helen Mirren), quien, asediada por la multimedia que
acaba de adquirir la publicación, debe conciliar la búsqueda de la verdad
con el beneficio monetario, Macaffrey comienza a desentrañar una
conspiración que puede llevar a “Pointcorp”, la corporación en litigio, a
hacerse cargo de todas las operaciones militares y de defensa del país.
Si el concepto de
una pareja de detectives que desmantela un plan conspirativo involucrando a
las altas esferas del gobierno norteamericano les resulta familiar, es
porque ya se había presentado en Todos los hombres del presidente,
película que estableció el molde con el que se fabricarían los thrillers de
prensa en las siguientes décadas. Los secretos del poder confirma
esta influencia, abrazando sin pudor alguno los clisés elaborados por el
film de Alan Pakula: las fuentes anónimas, las incontables llamadas por
teléfono, el fiel anotador, puertas cerrándose en la cara de los
periodistas, las secuencias de montaje con fragmentos de noticieros,
persecuciones en subterráneos, estacionamientos, el tecleado constante en la
redacción y un largo etcétera. Si bien esta reiteración de lugares comunes
deriva por momentos en una retórica un tanto redundante, el film logra
ensamblarlos con considerable naturalidad. “Dos clisés causan gracia. Cien
clisés conmueven.” (U. Eco)
Pero, a diferencia
de la prolijidad formal de Todos los hombres del presidente, plena de
elegantes travellings, composiciones simétricas y planos cenitales
“conspirativos”, Los secretos del poder apuesta por una estética con
más nervio, como es cada vez más la norma en las producciones de Hollywood.
Cámara al hombro, montaje acelerado, planos secuencia que recorren la
caótica redacción, recursos que estimulan la inmediatez y la sensación de
peligro, a lo que se suma el detallista diseño de los espacios en los que
transcurre la película, en especial la redacción que, por oposición, hace
quedar a la oficina del “Wahington Post” del film de Pakula como un amplio e
higiénico baño de shopping. Sin embargo, el trabajo del director
Kevin Macdonald, responsable de la tramposa e inverosímil El último rey
de Escocia, es, a lo sumo, impersonal y funcional, como también lo es la
fotografía en tonos apagados del mexicano Rodrigo Prieto y la por momentos
demasiado obvia musicalización de Alex Heffes, frecuente colaborador del
realizador. A pesar de alguna vuelta de tuerca de más que se resiente en el
final, Los secretos del poder es un thriller efectivo y sólido, que
encuentra su principal motor y pívot ejemplar en Russell Crowe, que,
como los buenos vinos y los grandes cuentos, parece mejorar con el tiempo.
Los guionistas,
entre los que se incluye el realizador de Michael Clayton Tony
Gilroy, hicieron un más que digno trabajo adaptando la serie original creada
por Paul Abbott, trasladando la acción de Londres a Washington y permutando
el malvado lobby de las petroleras de la serie original por una
corporación militar. Ya en 1961, en el famoso discurso de despedida de su
mandato, el futuro ex presidente Eisenhower advertía sobre la peligrosa
influencia del complejo industrial-militar, que requiere de la guerra para
asegurar su rentabilidad y, por consiguiente, es una amenaza latente contra
el sistema democrático. En Los secretos del poder este peligro cobra
forma real (ahí está el retrato de Eisenhower en el despacho de Collins,
ensayando una mueca en el rostro en la que se sugiere un “se los dije”),
y en su paranoia conspirativa nos aproxima a la terrorífica verdad de que
esto puede efectivamente estar sucediendo. La doctrina de guerra preventiva
de Bush no es más que una confirmación. No es poco mérito apropiarse de esta
forma de un texto ajeno y transformarlo en una denuncia de un fenómeno tan
estadounidense como el apple pie.
Sin embargo, el
film se pierde la oportunidad de profundizar en una de las cuestiones que
sugiere. La película iguala, desde su denominación, Pointcorp y Mediacorp,
la multimedia que adquiere la publicación en la que trabajan los personajes
centrales. Pero ignora la posibilidad de una verdadera alianza entre ambos
elementos, entre los complejos industriales-militares y los grandes
conglomerados mediáticos. O, lo que sería más plausible, que ambos
correspondan a un mismo pool de capitales. De este modo, Los
secretos del poder se convierte en un cuento de hadas en el que el viejo
periodismo comprometido triunfa sobre la joven prensa blogger de las
opiniones sobrevaluadas y efímeras; en el que la verdad se impone al capital
y al (mal) uso del poder político. Tal vez esta sea la cara de la nueva
oscilación “obamiana”, llena de buenas intenciones y verdades
edificantes. Durmamos tranquilos, la prensa vigila.
Hernán
Ballotta
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