Hace cosa de un mes
pude ver un documental norteamericano sobre la figura de Robert Mc Namara y
su concepción de la guerra preventiva que viene al caso. Este señor fue
importantísimo actor secundario durante la Segunda Guerra Mundial,
secretario de Defensa de los EE.UU. cuando la guerra de Vietnam y, acá viene
lo más interesante, funcionario del Banco Mundial por más de doce años. El
modo en que lo dice a cámaras indica claramente la continuidad y comunión de
intereses que hubo entre ambas responsabilidades. ¿Qué tiene que ver esto
con la película que voy a comentar? Muchísimo si pensamos que el Banco
Mundial es el principal mecenas de las investigaciones alrededor del
Acuífero Guaraní, una de las reservas más importantes (y de las pocas) de
agua dulce del mundo. Pero esta reserva, ¿no está en territorio argentino,
paraguayo, brasileño y uruguayo? se preguntará usted prestamente. A buen
entendedor, pocas respuestas...
Asimismo,
Mausi Martínez filmó un documental abundante en preguntas, que suministra la
información necesaria sin atosigarnos con ella, ágil, dinámico, didáctico en
el mejor sentido de la palabra, con una voz en off retaceada que sólo
aparece para conectar algunos testimonios (a la que sólo puede reprocharse
cierta "suciedad" ocasionada por la grabación del sonido), y que presenta la
situación de siempre: un país que descuida sus recursos naturales y otros
que aprovechan –y provocan– esa negligencia para apoderarse de los mismos.
Esos dos niveles de responsabilidad quedan claramente expuestos en la
película. Por un lado están los testimonios en vivo de funcionarios
ambientales del Banco Mundial quienes, por sí solos, exponen sus intereses
en cada respuesta pretendidamente desinteresada que emiten. Junto con ellos,
también aparece el testimonio de un funcionario en cuyas frases, parpadeos y
silencios parecen encarnar algunos de los más perversos males que ha sufrido
la Argentina. Un funcionario que se da el lujo de amenazar a los científicos
que trabajan en la investigación del Acuífero Guaraní con una frase propia
de un gángster: "Ellos saben de qué hablo". Que ese funcionario sea uno de
los principales supervisores políticos del acuífero no es un dato para nada
menor.
Hay un par
de gestos al comienzo y al final de la película que me resultaron más que
interesantes. Las imágenes se abren con un fragmento del añejo noticiero
cinematográfico "Sucesos Argentinos" (referido al uso doméstico del agua)
correspondiente a una de las primeras presidencias peronistas, y ahora
virado a un sepia que, sin lugar a dudas, lo embellece. El final de la
película es un encuadre sencillo y bellísimo en el que aparece la popa de
una lancha surcando un río, la banderita argentina obligatoria de cualquier
embarcación, y una música con percusión y vientos sumamente rítmica y
contagiosa.
Gracias a
dichos elementos uno descubre en seguida que Sed, invasión gota a gota
ha sido filmada con un sentido estético propio que la despega del grueso de
la producción documental didáctica de nuestros días. Pero, además, se hizo
con la clara intención de invocar a una conciencia comunitaria siempre débil
en nuestro país y, para ello, se juzgó pertinente la sobria utilización de
ciertos símbolos de nuestra identidad o del pasado político. Por sobre todas
las cosas, es de agradecer que no se haya abusado de ellos y, también, sería
grato que los espectadores no los malinterpretaran. Los últimos testimonios,
incluso, dejan poco lugar para la crítica partidaria. Resulta más que triste
ver, gracias al montaje final, la ausencia de diálogo existente entre los
actores políticos de un conflicto que ni siquiera llega a ser tal. Porque
¿qué pueden hacer una senadora jujeña, un grupo de pacifistas, una
realizadora, un geólogo y un investigador correntino ante el poder de las
multinacionales, el vacío legal y la interesada inoperancia de muchos
legisladores y de la mayor parte del poder político? Por nuestra parte, ir
al cine a ver de qué se trata no será gesto pequeño.
Marcos Vieytes
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