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LA SEGURIDAD DE LOS OBJETOS
(The Safety Of Objects)

Estados Unidos-Inglaterra, 2001


Dirigida por Rose Troche, con Glenn Close, Dermot Mulroney, Jessica Campbell, Patricia Clarkson, Joshua Jackson, Moira Kelly, Robert  Klein.



Los suburbios norteamericanos son un espacio recurrente. El cine de Estados Unidos, especialmente el independiente, encuentra allí un recurso para reforzar una actitud crítica a partir de la puesta en escena. La monotonía y la ilusoria simplicidad de sus fachadas han sido derribadas una y otra vez para evidenciar la paranoia en escala familiar. La idealización de los pequeños pueblos ha dado lugar a síntomas mucho más oscuros. El enfoque y el tono de la enunciación se moldearon de formas múltiples: desde la fábula surrealista de El jóven manos de tijera, el ejercicio deconstructivo de Joe Dante en SOS, vecinos al ataque, la atmósfera noir de Terciopelo azul y los aires bressonianos de Confía en mi, hasta el modelo más amado y premiado por el mainstream hollywoodense: Belleza americana. Desde los cuentos de Raymond Carver, incluso, este subgénero, también conocido como “Americana”, supo valerse de la cotidianidad para reflejar lo engañoso de las apariencias.

La seguridad de los objetos, tercer largometraje de Rose Troche, vuelve sobre este espacio para construir su narración en torno de cuatro familias, y de un pasado compartido. Surgida de la independencia más absoluta y militante por los derechos de las minorías (lesbianas, en este caso), la carrera de Troche se inauguró en 1994 con Go Fish. Esa cinta fue producida por Tom Kalin, uno de los nombres más representativos del llamado new queer cinema, y por Guinevere Turner, también coescritora y protagonista allí, quien aporta su voz para dar vida a la muñeca enamorada del pequeño Jake Train en el film que nos ocupa ahora. Ya en su primera obra, de tono manifiesto y cierto aire kafkiano, Troche se definía por la construcción de sus personajes y la precisión del guión. La seguridad de los objetos, de tono menos militante, mantiene la mirada femenina, y encuentra en los hábitos familiares su blanco: a partir de ellos se evidencia la estructura patriarcal que impera en las familias tipo y el papel social que desempeña la mujer dentro del entramado familiar (el único personaje que cuestiona esto es Annette Jennings, interpretado por Patricia Clarkson).

Distanciada de la mirada misantrópica de Todd Solondz, Troche plantea personajes que se terminan de definir más por sus interrelaciones que por sí mismos. Los unen los sentimientos y la búsqueda de reconciliación. Pero la agilidad del montaje escatima información acerca de esos lazos, lo que genera una constante relectura de los personajes y de la naturaleza de sus acciones. Los resortes del dramatismo van surgiendo en la medida en que la historia transcurre, ampliada por flashbacks. Esta fricción y el posterior redimensionamiento de los protagonistas va tensando el relato hasta forzar las relaciones en varios conflictos, que terminan confluyendo en un desenlace moralista y algo complaciente.

Luego de una presentación antológica (muñecos blancos representando a cada familia), comienzan a enumerarse las disfuncionalidades de grandes y chicos, y el desorden entra en un proceso de ebullición que desemboca en el restablecimiento del orden perdido. El mundo que propone La seguridad de los objetos no tiene rasgos fatalistas (la única muerte aparente está dada en un fuera de campo); más bien es un lugar donde el pasado tiene absoluta injerencia sobre el presente. Por eso la puesta en escena opera como “memoria emotiva”, anclando a los humanos en sus recuerdos, tanto trágicos como felices.

La música es otro elemento que funciona de esa forma. Como lo hiciera el sueco Lukas Moodysson en su obra, la directora echa mano de la música pop para estrechar el vínculo entre los personajes y reforzar el componente emotivo.

Este nuevo viaje al interior de los suburbios no pretende horrorizar mediante el cinismo, sino confrontar historias en búsqueda del perdón.

Bruno Gargiulo      


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