Los suburbios
norteamericanos son un espacio recurrente. El cine de Estados Unidos,
especialmente el independiente, encuentra allí un recurso para reforzar una
actitud crítica a partir de la puesta en escena. La monotonía y la ilusoria
simplicidad de sus fachadas han sido derribadas una y otra vez para
evidenciar la paranoia en escala familiar. La idealización de los pequeños
pueblos ha dado lugar a síntomas mucho más oscuros. El enfoque y el tono de
la enunciación se moldearon de formas múltiples: desde la fábula surrealista
de El jóven manos de tijera, el ejercicio deconstructivo de Joe Dante
en SOS, vecinos al ataque, la atmósfera noir de Terciopelo
azul y los aires bressonianos de Confía en mi, hasta el modelo
más amado y premiado por el mainstream hollywoodense: Belleza
americana. Desde los cuentos de Raymond Carver, incluso, este subgénero,
también conocido como “Americana”, supo valerse de la cotidianidad para
reflejar lo engañoso de las apariencias.
La seguridad de los objetos,
tercer largometraje de Rose Troche, vuelve sobre este espacio para construir
su narración en torno de cuatro familias, y de un pasado compartido. Surgida
de la independencia más absoluta y militante por los derechos de las
minorías (lesbianas, en este caso), la carrera de Troche se inauguró en 1994
con Go Fish. Esa cinta fue producida por Tom Kalin, uno de los
nombres más representativos del llamado new queer cinema, y por
Guinevere Turner, también coescritora y protagonista allí, quien aporta su
voz para dar vida a la muñeca enamorada del pequeño Jake Train en el film
que nos ocupa ahora. Ya en su primera obra, de tono manifiesto y cierto aire
kafkiano, Troche se definía por la construcción de sus personajes y la
precisión del guión. La seguridad de los objetos, de tono menos
militante, mantiene la mirada femenina, y encuentra en los hábitos
familiares su blanco: a partir de ellos se evidencia la estructura
patriarcal que impera en las familias tipo y el papel social que
desempeña la mujer dentro del entramado familiar (el único personaje que
cuestiona esto es Annette Jennings, interpretado por Patricia Clarkson).
Distanciada
de la mirada misantrópica de Todd Solondz, Troche plantea personajes que se
terminan de definir más por sus interrelaciones que por sí mismos. Los unen
los sentimientos y la búsqueda de reconciliación. Pero la agilidad del
montaje escatima información acerca de esos lazos, lo que genera una
constante relectura de los personajes y de la naturaleza de sus acciones.
Los resortes del dramatismo van surgiendo en la medida en que la historia
transcurre, ampliada por flashbacks. Esta fricción y el posterior
redimensionamiento de los protagonistas va tensando el relato hasta forzar
las relaciones en varios conflictos, que terminan confluyendo en un
desenlace moralista y algo complaciente.
Luego de
una presentación antológica (muñecos blancos representando a cada familia),
comienzan a enumerarse las disfuncionalidades de grandes y chicos, y el
desorden entra en un proceso de ebullición que desemboca en el
restablecimiento del orden perdido. El mundo que propone La seguridad de
los objetos no tiene rasgos fatalistas (la única muerte aparente está
dada en un fuera de campo); más bien es un lugar donde el pasado tiene
absoluta injerencia sobre el presente. Por eso la puesta en escena opera
como “memoria emotiva”, anclando a los humanos en sus recuerdos, tanto
trágicos como felices.
La música
es otro elemento que funciona de esa forma. Como lo hiciera el sueco Lukas
Moodysson en su obra, la directora echa mano de la música pop para estrechar
el vínculo entre los personajes y reforzar el componente emotivo.
Este nuevo viaje al
interior de los suburbios no pretende horrorizar mediante el cinismo, sino
confrontar historias en búsqueda del perdón.
Bruno Gargiulo
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