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SEIS
DIAS, SIETE NOCHES
(Six Days, Seven Nights)
Estados Unidos, 1998 |
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Dirigida por Ivan Reitman, con Harrison Ford, Anne Heche,
David Schwimmer, Jacqueline Obrador, Temuera Morrison.
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Robin es editora de una de esas revistas que explican a las
mujeres lo que los hombres quieren de ellas. Y trabaja mucho. Tanto que Frank, su novio,
la sorprende con la idea reparadora que pone al relato en marcha: una escapada de una
semana a la isla de Makatea, paraíso de aguas turquesas y arenas blancas. No saben que, a
cambio del desenchufe y el incremento del "nivel del romance" que
prometen los folletos, lo que los espera son las vacaciones más ajetreadas de sus vidas.
En efecto: al segundo día, la workahólica Robin decide dejar la isla por 24 horas para
producir cierta nota periodística. Pero el vuelo que emprende no llegará a destino por
una tormenta. Ella y Quinn, su piloto, quedarán varados en un islote desierto que les
dará tiempo para pelear, intimar, conocerse... Una pulposa amiga de Quinn y el frustrado
novio de Robin, mientras tanto, tendrán ocasión para hacer lo mismo en Makatea.
El mayor problema de Seis
días, siete noches es que a poco de empezar deja entrever todas, o casi todas, las
alternativas de su desarrollo. Es el precio que no podía dejar de pagar un guion que se
apoya con excesiva comodidad en las generales de la "comedia romántica con paisaje
exótico al fondo" (rubro caro a Hollywood desde los años 40). Y es una lástima,
porque el film tiene bastante ritmo y a una pareja despareja que funciona mucho mejor que
las habituales. Ella es Anne Heche (Volcano, Wag the Dog), famosa por actriz
pero más famosa por lesbiana: a la fecha del estreno era la novia de la estrella
televisiva Ellen De Generes y habían sido muchas las expectativas que la opinión
pública estadounidense tejió en torno de su primer gran romance ficticio con un varón.
Robin le sienta bien a Heche. Joven, delgada, frágil, parece el mejor complemento del
candidato que le tocó en suerte. El es nada menos que Harrison Ford, en uno de esos
cincuentones rudos y simpáticos que le calzan como un guante: Quinn, que encontró su
lugar en el mundo dentro de su pequeña avioneta De Havilland, parece un árbol como los
que pueblan esos valles fértiles: añoso, sufrido, rugoso, pero todavía en pie y con
cuerda para cierto rato. El tercero en cuestión es un islote que no figura en los mapas.
Virgen, pleno de cataratas y selvas, bello por donde se lo mire. Y se lo ve muy bien,
desde todos los ángulos, con lo que el drama, cada vez que se pone flojo, puede ser
disfrutarse parcialmente como un atractivo documental turístico.
Entretanto, a las rutinas cómico-romanticas se suman
otras: por enésima vez, una mujer y un hombre aparentemente "opuestos" se
quedan solos en un paraje que prácticamente los obliga a enamorarse. Quinn y Robin
fatigarán allí todas las instancias que se pueden desarrollar a partir de una premisa
como ésta: encender el fogón, salir de cacería, apurar las últimas botellas en
romántica borrachera bajo las estrellas. Tareas que emprenden en el marco de discusiones
bizantinas al principio... y de dulces besos luego. No faltan los segmentos de franca
ridiculez, como los que protagoniza aquella banda de piratas torpes, pero tampoco las
oportunas pinceladas humorísticas con las que el actor David Schwimmer (de la serie
"Friends") le da forma a la estupidez de Frank. Seis días, siete noches
tiene dos finales. El primero, melancólico, transcurre con naturalidad. El segundo se
toma todo el tiempo del mundo para redondear un happy ending infestado de moralejas
matrimonieras.
Guillermo Ravaschino |
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