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EL SEÑOR DE LA GUERRA
(Lord Of War)

Estados Unidos, 2005


Dirigida por Andrew Niccol, con Nicolas Cage, Bridget Moynahan, Jared Leto, Shake Tukhmanyan, Jean-Pierre Nshanian, Eric Uys.



Si hay algo que caracteriza a Hollywood es su buena conciencia. Avant garde en su país de origen –convengamos que tampoco es tan difícil ser vanguardia en Estados Unidos y que, no obstante, siempre termina mostrando la hilacha (recuerden la última premiación del Oscar)–, la meca del cine se vanagloria de una posición siempre comprometida con las causas nobles.

Es así que últimamente, y a caballo de la ocupación de Irak, surgieron varias películas que dan cuenta de una voz opositora, que levantan un dedo acusador sobre el papel que la gran y única potencia se reserva como “gendarme mundial” y llaman a la reflexión a un pueblo formado en la ignorancia y manipulado por un imperio mediático colosal. El señor de la guerra se mece en esas aguas y hace campaña al lado de Syriana, Soldado anónimo y hasta Misión Imposible 3 (que no puede dejar de meter un bocadillo, absolutamente aleatorio, sobre la coyuntura política).

Yuri Orlov (Nicolas Cage) es un ucraniano que migró a Nueva York con los suyos y, obnubilado por el American Dream, ha logrado hacerlo realidad a través de un negocio millonario: el tráfico de armas. De la nada –su familia es dueña de un restaurante en Little Odessa, su padre se ha “construido” la judeidad que porta– va ascendiendo en su profesión en el mercado mundial y en su status social (automóviles último modelo, super piso en la gran city, ropas, joyas, arte) hasta convertirse en el señor del título, comerciando armamentos y rezagos militares, recorriendo desde los estados corruptos de la ex Europa comunista en ruinas hasta las dictaduras más sangrientas de Africa y América y, last but not least, trasponiendo sus parámetros profesionales a su vida privada: compra a su esposa modelo, entrega a su hermano...

Perseguido por un agente de Interpol –una especie de némesis o doble concientizado– infatigable pero inevitablemente perdedor (Jack Valentine, por Ethan Hawke), Yuri acabará demostrando, en lo personal, que cuando se cruzan ciertas fronteras ya no hay pérdidas que lamentar (incluidos los afectos) y, en lo extrapersonal, que las organizaciones poderosas, siempre en las sombras, nos manejan como a títeres. Detalle nada novedoso para el espectador, ni para los personajes.

Andrew Niccol (director de Gattaca y Simone y guionista de The Truman Show y La terminal) se arriesgó con una temática que –dicen– espantó a los productores yanquis, y construyó al personaje protagónico en base a cinco diferentes y reales traficantes de armas, lo que si bien consigue dotarlo de cierta verosimilitud también, y paradójicamente, lo convierte en puro exceso. Probable pero increíble, dotado de inacabable suerte y en el mejor estilo de un James Bond (seductor y bon vivant), pero del lado del crimen.

El problema más evidente del guión es su falta de decisión sobre el tono a adoptar: ofrece un puñado de secuencias contundentes (la inicial, con la subjetiva de una bala, está entre lo mejor de la película), y muchas otras hilvanadas por el personaje principal y su omnipresente, hasta agotadora voz en off (recurso muchas veces redundante, ya que duplica lo que la imagen muestra por sí misma), pero jamás termina de optar entre el cinismo posmoderno, el sarcasmo y el humor negro como apuntes reflexivos, la historia de vida y aprendizaje con toques melodramáticos, la road movie globalizada y aventurera y la denuncia de investigación y comprometida, batiendo una mezcla que acaba resultando abrumadora, empalagosa. Que coquetea con el poder del documental y se pierde en la vanidad de la ficción. En lo que demuestra coherencia, lamentablemente, es en su mirada paternalista para con el Tercer Mundo y para con los personajes subsidiarios, sumamente estereotipados y en un todo funcionales a una trama que no sólo revela sus costuras sino que las acumula, alargando innecesariamente el metraje. El elenco, en fin, hace lo que puede con unas criaturas mayormente esquemáticas, y Nicolas Cage vuelve a lucir un tanto duro (eso que el consumidor de drogas es su hermano), algo excesivo en su papel. La banda de sonido es excelente.

Javier Luzi      


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