Hasta hoy
el cine brasileño se dividía entre Glauber Rocha, para los entendidos, y
Walter Salles o Ciudad de Dios para el público que responde a los
dictados de las avalanchas publicitarias; quizá se colaba un Madame Sata,
pero poco más. El convenio que se firmó entre los institutos
cinematográficos
argentino
y brasileño
para establecer
un intercambio fílmico con estrenos asegurados en las pantallas de ambos
países permite estrechar, al menos un poco, la brecha de nuestro
desconocimiento mutuo.
Separaciones
se presentó en el festival de Mar del Plata en 2003, y se alzó con los
premios al mejor film y al mejor actor (Domingos de Oliveira, también su
director y coguionista). Es una comedia romántica de esas que no quedan
desfasadas en el tiempo, porque no se apoya en la coyuntura sino que juega
sus fichas a las idas y vueltas que el amor depara a los amantes, tema
atemporal si los hay.
Todo comienza
con una comida en un restaurante donde los personajes se nos presentan con
naturalidad (la misma que se volverá el tono medio de la película,
exceptuando algún exceso interpretativo), y el resto del metraje será la
puesta en escena de una teoría que Cabral, el protagonista absoluto, expone
allí, con plena seguridad, sobre las enfermedades terminales. El amor –o su
final, para ser más exactos– se asocia así con éstas, y las distintas fases
por las que atraviesa entonces el paciente/amante puntuarán el ritmo de la
narración: negación, negociación, indignación, aceptación y agonía o estado
de gracia.
"Você pensa que
eu tenho tudo e vazio me deixa", canta Caetano en un momento de la película.
Sólo que a Cabral lo que le ocurre es peor aun: él es quien supone eso –se
cree dueño de los sentimientos, de las certezas, del poder decisorio, en
fin, el feliz poseedor del as en la manga– y decide obrar en consecuencia. Y
cuando las consecuencias de sus acciones están a la vista y todo lo muestra
como el vencido, no le queda más que derrumbarse y mendigar.
Cabral es un
director de teatro casado con Gloria (Priscilla Rozenbaum, la otra
coguionista), una mujer más joven, actriz y asistente suya. A pedido de él
se dan un tiempo en su matrimonio para descubrir a la vuelta que no hay, en
apariencia, vuelta posible. Sobre esta pareja pivoteará la historia pero, en
un efecto endogámico que multiplica los inconvenientes, ninguno de los otros
participantes de esa primera cena quedará sin relacionarse amorosamente con
algún otro. Gloria acepta un trabajo como asistente de dirección de su
primer novio Rique y allí conoce a Diogo, arquitecto, ex discípulo de su ex
(marido), con quien vivirá una historia. Hay que agregar a Julia,
hija de Cabral, que participa de otro triángulo; a Laura, confidente y
eterna enamorada del protagonista, y a Maribel, una de las dos novias de
Rique y posterior amante de Cabral. Si semejante enjambre se torna
complicado de entender en lo escrito, no resulta así en el desarrollo de la
trama, que sabe resolver las más de las veces con inteligencia, agudeza y
grandes dosis de humor los conflictos que el amor en pareja conlleva para
estas clases medias burguesas del sur carioca. Traiciones, infidelidades,
engaños, amores cruzados, estados de confusión, confesiones, dudas se
entretejen en la película sin cargar las tintas en lo melodramático ni caer
en bajadas de línea morales, pero, sobre todo, evitando apostar al cinismo
tan de moda en nuestra época.
Adaptación de
una obra de teatro muy exitosa en su país, la potencia de su origen se cuela
en los ingeniosos diálogos que se suceden sin descanso. El guión conjunto de
De Oliveira y Rozenbaum esquiva machismos recalcitrantes y feminismos mal
entendidos para bosquejar una cantera de personajes atrapados en sus propios
juegos cerebrales y pulsionales que, a veces, se ven opacados por la
omnipresencia y omnisciencia del protagonista.
Si bien su
forma no es revolucionaria, Separaciones al menos entretiene en
su dinámica y sus variados procedimientos (sin poder evitar del todo una
sensación de excesiva duración en el metraje): monólogos enunciados a
cámara, estética de documental, uso de voz en off, aceleración en la imagen,
etc.; aunque también hay que criticarle algunos cortes demasiado "cliperos"
y algún relato en off sin funcional razón de ser.
Se hace difícil
no asociar a De Oliveira con Woody Allen en la construcción del incontinente
y obsesivo Cabral, o con Nanni Moretti en esa apelación cuasi ególatra y
protagónica, o sospechar un sutil homenaje a la Annie Hall de Diane
Keaton en esa Glorinha de los últimos tramos.
Encuentros y
desencuentros mezclados con postales de Rio, música encantadora, burlas al
mundo del teatro, a la crítica y a las producciones con filmación en el
extranjero (la estadía en París), poemas en la cadencia de su idioma y el
humor que licúa las tensiones y desarma el drama para hacerlo, sin embargo,
más profundo. Saudade, muita saudade que el optimismo, al que el género
obliga en su final y Separaciones acepta entusiasmado, no logra
diluir.
Javier Luzi
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