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60
SEGUNDOS
(Gone In Sixty Seconds)
Estados Unidos, 2000 |
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Dirigida por Dominic Sena, con Nicolas Cage, Giovanni Ribisi, Angelina Jolie, T.J. Cross,
William Lee Scott, Robert Duvall, Will Patton.
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Las costosas producciones de Jerry Bruckheimer
siempre responden al mismo esquema: un grupo de hombres se reúne para consumar una
difícil misión, a veces non sancta, enfrentando obstáculos y enemigos que
intentan impedir su éxito, y alguno se ofrece en sacrificio, aunque al final éste no sea
necesario. Siempre hay alguna noble causa flotando en el aire. Esa fue la fórmula de Armageddon,
Con Air, La roca. El modelo de "La Ilíada" sigue vigente, y
seduce al público que quiere acción. Bruckheimer no hace más que actualizar la historia
clásica con detalles contemporáneos.
En el caso de 60 segundos (lástima que no
dure eso, sino dos horas), un eximio ladrón de autos retirado (Nicolas Cage vuelve a
pasear ese aire de zombie desangelado que adoptó en Adiós a Las Vegas) debe
volver a su viejo oficio, y con su banda robar cincuenta autos exóticos en el plazo de
una noche, como una suerte de rescate por su hermano menor, que ha caído en manos de una
banda rival. El film tiene todos los ingredientes requeridos por el género: hermosos
coches con nombre de mujer (¿las han reemplazado?), hombres duros pero no tan malos, la
chica imprescindible (una Angelina Jolie de plástico), el amigo sabio (¿qué hace Robert
Duvall en esta película?), el policía que está al tanto de lo que va a ocurrir e
intenta pescarlos in fraganti (un negro, Delroy Lindo) y el malo-malo (un extranjero).
Todos se mueven, metálicos como los coches, en la oscuridad de la noche, que no lo es
tanto gracias a la profusión de luces espectaculares y fuegos absurdos. No falta,
naturalmente, la persecución frenética de toda la policía de Los Angeles tras el
bólido que maneja el capoladri, ni los choques en cadena y los saltos mortales.
Debajo de esta cáscara, el vacío más absoluto. Suponemos que la receta está destinada
a varones jóvenes, a quienes los realizadores suponen tarados.
En esta remake de un film de 1974, todo está puesto sobre la mesa con la
intención de crear suspenso, pero nada es creíble, en ningún momento nos preocupamos
por los personajes, todo resulta previsible, hasta las permanentes lecciones morales,
hijas del más rancio puritanismo norteamericano. Una vez planteado el conflicto, el film
continúa siempre igual, sin despertar el mínimo entusiasmo en el espectador, condenado a
mirar el reloj deseando que el plazo se cumpla de una vez por todas.
Josefina Sartora
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